La temporada de vacaciones, que se inició en las treinta y dos universidades públicas que tiene Colombia, redujo los efectos del paro nacional adelantado por la burocracia sindical del país, que necesita declararse en rebeldía para perpetuarse en las mesas directivas de las centrales obreras, donde hay figuras esclerosadas, que viven de las cuotas sindicales que pagan los trabajadores.
El paro nacional ha dejado varias lecciones para el país, entre ellas la necesidad de vigilar el comportamiento de agitadores profesionales infiltrados en los centros de enseñanza superior, que prefieren la anarquía y el desorden, a la disciplina que se requiere para que los buenos estudiantes puedan cumplir con el pensum académico.
¿Cuánto dinero perdió el estado colombiano, con las marchas estudiantiles que sacrificaron el semestre académico, cuando el gobierno del presidente Iván Duque les asignó en el Plan de Desarrollo mayores recursos económicos para su funcionamiento?
¿De qué sirve una universidad pública si los hijos de los pobres, que deben ser los destinatarios de una formación profesional, son convertidos en conejillos de laboratorio para la subversión y el terrorismo?
Produce tristeza y dolor que nuestra amada Universidad del Cauca, con todo su prestigio y con su selecta nómina de profesores, haya perdido el semestre, aunque se diga que el próximo año será recuperado el tiempo perdido. Mientras no se aplique mano dura para impedir la anarquía, será muy difícil recuperar el tiempo perdido. ¡Es cuestión de autoridad!
El tiempo que se va no vuelve, dice la canción popular, porque el péndulo de la historia va perdiendo el ritmo y su ubicación. ¿Cuál será el sabio que puede convencernos de la utilidad de este bochinche permanente, de unos pocos encapuchados e infiltrados que prefieren el desorden a la disciplina y el estudio que se requiere para alcanzar el conocimiento técnico y científico?
Que la agitación callejera sea más importante que la disciplina en los claustros universitarios para formar a los nuevos profesionales que necesita Colombia, es un estropicio.
Alumnos mediocres que duran años y años metidos en las asambleas estudiantiles, repitiendo el discurso trasnochado de las tesis de Marx y de Lenin, se convierten en un estorbo para quienes quieren conseguir un título profesional. Este desorden está perjudicando seriamente la buena imagen de la Universidad del Cauca, donde se realizan millonarias inversiones del estado colombiano para su modernización.
Hace pocas noches se reunió un grupo de catedráticos de la Unicauca según nos enteramos en la sede Santo Domingo, para hablar de la reactivación económica en los municipios de cercanía a la capital Caucana. A falta de materia gris para abordar el debate, se escucharon unas frases deshilvanadas, sobre los temas de protección del agua y del medio ambiente, pero a nadie se le ocurrió tratar el problema más grave que tiene la capital del Cauca, cuando su principal universidad, que es el templo de la sabiduría y el referente de la formación profesional, está paralizada.
Se requiere mano dura de las directivas universitarias para expulsar a los revoltosos y no, esta actitud contemplativa que se convierte en libertinaje, con una especie de guerra fría, que le impide al principal centro de enseñanza superior su adecuado funcionamiento.
Coloco un ejemplo de una mujer que hace muchos años ocurría lo mismo en la UIS (Universidad Industrial de Santander) y de manera valiente asumió la rectoría, expulsó a doscientos estudiantes, casi todos militantes de un grupo subversivo de esa época ,será que nuestro rector José Luis Diago no tiene el carácter para que tome una decisión con base a lo que sucede , por eso recuerdo a ¡Esa valiente mujer salvó a la institución de enseñanza superior y acabó con la guachafita!