Mercaderes (Sur del Cauca). Bastaron tres semanas para que olvidaran el operativo militar y policial que acabó con cinco retroexcavadoras. Este miércoles conté dieciocho en el mismo sitio, un salto enorme respecto al día anterior, cuando solo había cinco buldóceres. A medida que propietarios y operarios van sintiéndose seguros, las sacan de sus escondites entre la maleza de los alrededores y las conducen al cauce seco del agonizante San Bingo. Abren nuevos cráteres con una rapidez aterradora. Cada 24 horas agigantan un desastre que parece irreversible.
“Gracias a Dios se salvaron unas máquinas. A los barequeros nos tocó defenderlas porque es lo que nos está ayudando”, indica un agricultor de la región, convertido en minero. Sentado en lo alto de un montículo de arena aguarda paciente, junto a cuatro miembros de su familia, el momento propicio para buscar oro con sus bateas en uno de tantos agujeros profundos. No quiere fotos ni dar su nombre. “Sembrábamos maíz aquí cerca, pero es perder el tiempo y peor con esta sequía que acabó las cosechas. El oro se ha convertido en la cuchara de la zona. Aquí la gente anda de cabestro; lo que dé, todo el mundo se mete”.
Repudia la intervención de las autoridades, cree que el Gobierno no comprende el alcance de su pobreza en medio de la sequía ni las posibilidades que ofrece la minería de oro a los desamparados. “Nos atacan a cambio de nada, nos mandan helicópteros pero ni una sola alternativa”, se queja. “Y vendrá el verano de junio, que se junta con El Niño”.
En una buena jornada, asegura, cada uno de los suyos puede sacar un gramo de oro por el que le pagan 80.000 pesos. Si dan con un golpe de suerte, el número de ceros aumenta. En ninguna de las actividades rurales que conoce soñaría con cantidades similares.
Para realizar su tarea sin interferencias, cuentan no solo con la protección del frente ‘Manuel Vázquez Castaño’ del Eln, máxima autoridad en la mina y responsable de imponer las normas y el orden, sino con la indiferencia, cuando no la complicidad, de policías, dirigentes locales y funcionarios de entidades estatales.
En Mercaderes, el municipio del sur del Cauca donde se encuentra esa parte del río, en septiembre del 2015 advirtieron al Ministro de Defensa y otras instancias estatales de la catástrofe ambiental que se gestaba. Pero solo a mediados de enero del 2016 aterrizó el CTI, la Policía y el Ejército en San Bingo para combatir la minería que lo está matando, pero fue insuficiente. Solo pudieron incinerar las cinco retroexcavadoras mencionadas porque hombres, mujeres y niños se les echaron encima y no permitieron que culminaran la misión. Además, el mayor destrozo ya estaba hecho.
Además de la fotografía aérea que mandó la primera señal de alarma, basta observar en el terreno las consecuencias de lo sucedido para comprender la magnitud de desastre. Desde el momento en que la camioneta entra al cauce de lo que fue un río caudaloso y hasta el poblado de cambuches que los mineros fueron agrandando, son más de tres kilómetros de un paisaje devastado. Enormes hoyos de unos veinte metros de profundidad por doquier, montañas de arena y piedras, ni un solo pájaro a la vista, sequedad y aguas mortecinas que descienden de la cordillera siguiendo un rumbo que cada día modifican las retroexcavadoras.
Cinco retroexcavadoras que fueron quemadas por las autoridades en enero ya fueron remplazadas. / Foto: Salud Hernández-Mora |
Desde el martes corre un poco de agua porque quitaron el tapón que pusieron en la parte alta del San Bingo para estrangularlo, y también fluye alguna del San Jorge, que se une a mitad del recorrido.
“El San Bingo era un río encañonado, con mucha agua. En octubre del 2014 se produjo una avalancha que mató a cuatro personas y tumbó puentes. Eso benefició a los mineros porque bajó el oro”, explica un lugareño. Para llegar al río, se puede ir por una trocha estrecha que sale de Mercaderes. Son unos 45 minutos por una meseta entre dos cordilleras, un accidente geográfico de extraordinaria belleza.
Distintos testimonios de mineros, transportistas y comerciantes indican que en los meses de más intensa actividad, llegaron a operar hasta setenta retroexcavadoras y la cantidad de buscadores de oro oscilaba entre los dos mil quinientos y los tres mil. En cada hueco que excavaba una máquina, se apelotonaban decenas de barequeros. “Y para todos había, la mina no excluye a nadie, aquí encuentra gente del Huila, Atlántico, Buenaventura, Chocó, Antioquia, Marmato”, afirma una muchacha valluna que se dedicó a buscar oro al quedarse desempleada.
“Uno se pregunta, ¿por dónde es que meten las máquinas si son tantas y no se pueden esconder cuando circulan por la carretera?”, comenta irónico el dueño de una tienda de cuatro palos y techumbre de plástico. La respuesta me la dieron con posterioridad fuentes oficiales y habitantes de la zona, bajo condición de anonimato:alguna que otra pasa por Mercaderes, si bien el nuevo comandante de la estación incautó una este año, un puñado las metieron por Florencia y la mayor parte entró por Bolívar, municipio con mejores accesos al río, fortín del ELN y de tradición coquera.
“Su alcalde fue el único de la región que no asistió a un encuentro de diez municipios donde se acordó no permitir el paso de maquinaria en defensa del agua y se hicieron propuestas para respaldar la agricultura. El de Bolívar tampoco ha protestado por las retros”, señala un funcionario que prefiere no dar la cara. Las recientes amenazas que recibió el regidor de Mercaderes por cuestionar la actividad minera, aconsejó a más de uno mantener cerrada la boca, al menos públicamente.
No solo arrasaron con una fuente hídrica vital. También, cuentan los lugareños, hubo muertos que nadie ha osado denunciar ante la Fiscalía y la Policía. “Hay quince tirados al río, unos picados, y a otro se lo estaban comiendo los gallinazos”, señala un hombre. Un comerciante indica a media voz y sin ofrecer más detalles, que la guerrilla mató a una mujer de otro departamento que solo pretendía trabajar y la enterraron en una loma. “Es que hay mucho oro, demasiado. En un entable (un equipo) pueden sacar una arroba de oro por semana, que son 25 libras. A 80.000 pesos el gramo, calcule. Mucha plata”, exclama.
En el momento de mayor apogeo, que algunos sitúan en el segundo semestre del 2015, el poblado polvoriento, atestado de cambuches, donde se asentó la mayoría de mineros llegados de distintos puntos del país, organizaban peleas de gallos con apuestas millonarias y conciertos de cantantes populares reconocidos.
“Se vendían 300 canastas de cerveza al día, whisky fino, prostitutas las que quiera”, rememora un minero. “Por el operativo de enero muchos se han ido, ahora la mina está muy caliente, es peligroso venir”.
Pese a la tensión y zozobra que se respira, aún siguen apareciendo compradores de oro y se hacen transacciones, puesto que son pocas las personas que se aventuran a vender sus pepitas fuera. “En los mejores tiempos, el ELN recibía tres mil millones mensuales en vacunas”, me había dicho un oficial de policía, el mismo dato que repiten los que están familiarizados con el negocio.
Le pregunté a un comandante ‘eleno’ en la mina, al que apodan el ‘Mono’, veterano en la región. Al igual que su escolta, algunos con la cara tapada, vestía de civil e iba armado de fusil. “Es una mentira difundida por los medios y el Ejército. Estamos aquí para acabar con la minería que daña la naturaleza”, dijo. Sin embargo, no solo custodian la explotación desde su inicio y dieron luz verde para la entrada de maquinaria, sino que el día anterior, al advertir mi presencia, me quitaron la tarjeta de la cámara para no registrar los estragos que continúan causando las retroexcavadoras (las fotos son del celular).
Si bien los mineros nativos de la región cifran sus esperanzas en que los aguaceros del próximo invierno, una vez desaparezca El Niño, devolverán la vida al San Bingo, tributario del Patía, expertos de la CAR del Cauca consideran que no será posible. El perjuicio causado en poco más de un año de explotación salvaje, sin apenas tregua, requerirá grandes inversiones y muchos años para reponerlo. Además, pone en riesgo a las veredas de sus orillas porque perdió su lecho y sus fronteras y en las primeras lluvias puede arrasarlas.
“Se solicitaron recursos al Ministerio de Minas para recuperar zonas afectadas pero respondieron que no hay recursos”, cuenta una fuente de la CAR de Cauca. “En el 2015 llegó una denuncia por el San Bingo. Enviamos en octubre delegados y antes de llegar al río los agredieron, los amenazaron y les dañaron la camioneta. Nos recomendaron no incursionar porque, además, hay fuerte presencia de un grupo armado. La Fiscalía es la que está llevando a cabo las investigaciones y en los operativos el Ejército es cordón de seguridad y son la Policía y la Fiscalía los que destruyen máquinas”.
En el organismo ambiental reconocen las limitaciones institucionales para hacer frente a una problemática que crece a ojos vista y que supera su ámbito de actuación, máxime en un departamento con fuerte presencia de Farc, Eln y ‘bacrim’.
Pese al ataque a la naturaleza de la minería con retroexcavadoras, a la inquietante agonía del San Bingo, en Mercaderes y otros municipios aledaños no se atrevieron a elevar una voz potente y adoptar medidas drásticas por miedo a que los asesinen, por la pasividad atávica y la complicidad de muchos paisanos. Pero ahora, cuando la amenaza se cierne sobre su principal fuente hídrica, despertaron del letargo.
Si las máquinas suben al cerro La Campana, a la cabecera del Hato Viejo, como los mineros tienen planeado, no habrá cómo alimentar el recién estrenado acueducto que abastece a Mercaderes y proporciona agua a otras localidades. Este mes aparecieron extraños ofreciendo millonadas por predios rurales y hay compañías multinacionales con títulos en mano y los ojos puestos en la misma área.
Por eso movilizaron veredas y gentes de los cascos urbanos para hacer un paro por tres días, desde hoy sábado. Lo que será difícil es que aparezcan líderes para encabezar la protesta. “No podemos poner al frente a una sola persona porque la matan”, me dice un vecino. No saben aún si la protesta irá a mayores y cortarán la Panamericana para que Bogotá los escuche o se limitarán a pedir soluciones de manera pacífica, aunque desconfían de las instituciones.
La afluencia no será masiva, pero si no hacen ruido, lo tienen claro, la nación volverá a olvidarlos y la minería de oro destruirá sus ríos.“Esperamos ayuda nacional ahora que es una catástrofe ambiental que puede adquirir proporciones bíblicas”, advierte una funcionaria de la alcaldía de Mercaderes. “Esta región tiene paisajes únicos y no pueden dejar acabarlos”.
SALUD HERNÁNDEZ-MORA
Especial para EL TIEMPO
Foto: Salud Hernández-Mora