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La Campañas a la diferentes Corporaciones , incluyendo las presidenciales sin Oratoria, ni Propuestas : ha quedado relegado a las trincheras de las mal llamadas y peligrosas redes sociales

Entró en la recta final el mandato del presidente Iván Duque Márquez y empezaron a hacerse notar todos los frentes que tienen sus precandidatos y candidatos, los primeros para hacer bulto y los segundos ya definidos, en la campaña presidencial que inició desde el mismo momento en que se anunciaron los resultados, por parte de la Registraduría General de la Nación, el 17 de junio de 2018.
En el partidor de la carrera presidencial se sitúan personajes que tienen altas posibilidades de llegar a sentarse en el Solio de Bolívar y otros que son sólo parte de las tramoyas del sainete y que se presentan con el propósito de medir reacciones, desviar la atención, hacerle el favor a equis candidato o ganar sus quince minutos de fama.
El gran debate electoral, ese que antes se hacía en la plaza pública con discursos grandilocuentes que se convertían en verdaderas piezas de oratoria, ha quedado relegado a las trincheras de las mal llamadas y peligrosas redes sociales en donde se vierte cualquier cantidad de basura para descalificar a los contrarios, para convertir mentiras en verdades, con el respaldo del partido que las publica.
Colombia es el país que acumula la mayor cantidad de personajes, hombres y mujeres, lanzados al vació en busca de ser Presidente de la República. La mayoría con muchas ganas, pero sin nada de talla presidencial y, mucho menos, sin la capacidad intelectual, ética o moral para hacerse cargo de la administración del Estado.
Desde que las campañas electorales se trasladaron a las redes sociales, se acabó el debate. No hay propuestas. No hay altura. No hay sensatez y, mucho menos, coherencia de pensamiento, porque lo que se escribe hoy, mañana se cambia sin asco y sin asomo alguno de sonrojo.
Todos escriben en contra de todos. Todos descalifican y acusan a todos. No hay altura ni ética en la discusión. La política pasó a ser una pelea en carne viva, a la cual le entran, sin filtro alguno y sin medir las consecuencias, los rojos, los azules, los verdes, los morados, los multicolores, los de derecha, los de centro, los de izquierda, los neutros, los apolíticos, los oportunistas, los que no quieren perder la crema del pastel, en fin, todos los que creen que pueden disparar desde los canales digitales, a sabiendas que no se les exigirán pruebas de las acusaciones o de todo lo que se jactan cuando publican.
Llegó al debate electoral a tal punto que tan solo es un gran fuego pesado. Es un ataque sin tregua entre todos los frentes. Atrás quedó la campaña programática. Esa que toca las fibras de las necesidades de la Nación y su pueblo. Esa que tiene metas, basadas en postulados encaminados a trabajar para el progreso del país y que esto redunde en la calidad de vida de sus habitantes.
Ahora, cada candidato se presenta vació de propuestas y programas. Llegan a retar a la Constitución Política, al Estado y a las Leyes. A despotricar a sus contrincantes. Los peso-pesado de la contienda electoral creen que con tener un cierto favoritismo es suficiente para obtener los votos y se aferran a un discurso repetitivo, anacrónico y anodino, cuyo centro y objetivo es el descrédito de sus contendientes con calumnias e insultos y sin vergüenza alguna de la enorme viga que cargan en su propio ojo.
Los colombianos deben tener la habilidad de empezar a buscar, en medio de este marasmo electoral, el candidato que presenta un programa serio, sensato, que sea posible de ejecutar y que no haga parte de ese asfixiante cúmulo de verborrea vertida -hasta ahora porque vendrá más- en los medios digitales, enormes hogueras a la espera de más gasolina para ahogar el debate y fomentar y viralizar insultos.