En Popayán, como en otras ciudades que se precian de mantener lo que algunos antropólogos denominan “cultura tradicional”1 la percepción del tiempo presenta una dimensión subjetiva distinta de aquellas en las cuales la modernidad ha entrado arrolladoramente bajo los embates del consumismo y el desarrollo industrial. Aquí el tiempo “pasa pero no corre”. Este fenómeno parece simbolizarlo la Torre del reloj, una mole de ladrillo convertida en el punto de referencia físico del devenir payanés, una metáfora de lo perenne e inamovible donde la aguja marca cuando quiere, despaciosa y evocadoramente, el ritmo de un orden social en el que las costumbres mezclan lo nostálgico, lo utópico y lo moderno.
Mirando hacia atrás, desde su campanario, “la vida en policía” se remonta al primer reparto de solares el 9 de Abril de 1537 por el Cabildo Justicia y Regimiento.2 la cuadrícula que dibuja el casco urbano, durante mucho tiempo no logró extenderse más allá de lo que hoy es la calle de los bueyes (carrera 3ª oriente), la calle de la lomita (cra 10ª al occidente), la calle de la Pamba (calle 3ª al norte) y la calle del chirimoyo (calle 6ª al sur). En el censo de 1807, de 871 casas, 491 aún eran bajas con techo de paja. La distribución inicial como era común y resultante del trazo a cordel en las fundaciones hispánicas asignó el lugar de la iglesia en la plaza central, del cabildo, del gobierno y de las gentes principales. Organizó el espacio urbano y la vida civil, estratificó estamentariamente a los vecinos por sus antecedentes genealógicos y militares, por sus oficios y “méritos al servicio de La Corona. Como recompensa obtuvieron los primeros pobladores “solar conocido,” estancias, e indios en encomienda. En adelante fue el proyecto permanente de un espacio hispanizado. 3
Al fin del régimen colonial, la ciudad había definido su perfil urbano, marcadamente religioso: la iglesia catedral (destruída en 1784, de la que queda la Torrre del Reloj) el convento de San Francisco del que hay registro en 1574 con su iglesia iniciada en 1775, la iglesia jesuítica de San José iniciada en 1642, el templo de Santo Domingo (1588), el convento de La Encarnación que había sido constituido en 1591, el convento de San Agustín hacia 1607 los puentes de “ la Custodia ” (1713) y el de Cauca (1780), el Colegio de San Camilo (1765), el templo de El Carmen (construido entre 1730 y1744) y el monasterio anexo, la Casa de la Moneda (1748). Las torres de las iglesias y sus campanarios fueron el punto de referencia para las imágenes en aguafuertes, plumillas y acuarelas que nos legaron los viajeros y los artistas durante los siglos XVIII, XIX y XX.
Además de estas obras que alimentaron con legados testamentarios, también las gentes del común, los notables invirtieron en su prestigio y reconocimiento social a través de obras de beneficio público: Las pilas, los chorros ,el acueducto, el hospital, el matadero, la cárcel. Sin duda que allí confluyeron los excedentes de apropiación de la fuerza de trabajo de indígenas y esclavos y, como ha sido estudiado suficientemente, el circuito económico hacienda-mina-hacienda definió la forma de vida de los payaneses desde su fundación hasta la caída de la producción de oro en las postrimerías del siglo XVIII, cuando Antioquia sustituyó la mano de obra esclava con el pago de jornaleros libres y, entonces, los rentistas y mineros ausentistas payaneses no pudieron competir. Pero esto significó además el primer resquebrajamiento de un débil control sobre el vasto territorio que iniciaba en las minas de Nóvita y Citará en el Chocó y se extendía por el sur siguiendo el valle interandino del rio Cauca y el litoral pacífico, y reingresando a buscar las minas de Barbacoas, y la región de los Pastos siguiendo hacia el oriente, hasta encontrar las fuentes y las tierras incógnitas de los ríos Caquetá y Putumayo.
En esencia, estas zonas recónditas, no han podido ser incorporadas bajo el pleno control del Estado y pertenecen aún a la “Nación imaginada,” constituyen parte de un territorio físico y cultural que la historiografía reciente ha denominado el “archipiélago regional”. 4
La incapacidad de la Corona para controlar fiscal y políticamente el territorio, fue aprovechada por las élites económicas de la segunda mitad del siglo XVIII, la ultima migración de españoles en busca de “fama, mujer y fortuna” que se asentó en la ciudad. El mercado del oro facilitó a los nuevos emergentes satisfacer sus intereses mediante la negociación y fusión con el poder local. Entre 1775 y 1779 de 38 cabildantes al menos 20 eran españoles y muy pronto construyeron un poder endogámico que se habría de proyectar hasta Santafé y Cartagena e incluso habría de llegar hasta la corte del rey cuando Dn, Francisco Mosquera llegó a ser regente en los albores de la independencia.
Entre 1774 y 1809 veinticinco grupos familiares de criollos y españoles integrados por lazos de matrimonio y afinidad habían ocupado los cargos en el cabildo con una frecuencia mayor a cinco oportunidades. [Mosqueras, Rodríguez, Caldas,Tenorios -Torijanos, Tenorios- Carvajal, Torres, Angulos, Jiménez de Ulloa, Hurtados, Castrillón, Fernandez-Moure ,Arboledas, Gruessos, Solís, Cajiao, Larraondo, Perez de Arroyo, Perez de Valencia, Pombo, Rivera, Velasco, Castro, Garcia- Rodayega, Lemos, Riva].
Esta élite endogámica habría logrado constituir intereses propios que sin duda tuvieron luego expresiones contradictorias y ambivalentes cuando las expoliaciones de los ejércitos invasores, tanto realistas como patrióticos, en el interregno de la Patria Boba y la consolidación de la república pusieron en el límite sus recursos económicos y espirituales.
El rey era para ellos una figura lejana cuyas disposiciones se acogían ritualmente, (“se acata, pero no se cumple”) y en no pocas ocasiones se evadían en la práctica. Ello explica que no todo el oro fuera “enterado” o se amonedara, y que se dejase como circulante un buen caudal en “polvo,” que opcionalmente podía retroalimentar el circuito hacienda-mina-hacienda, de todos modos beneficioso a la élite del poder local. Esta era la expresión de la primera “Economía extractiva” cuyos sustitutos dieron continuidad durante todo el régimen republicano a la cadena de expoliaciones que han configurado los intentos, legales e ilegales, de articular esta región a la economía-mundo del capitalismo universal, siguiendo la lógica del máximo de rentabilidad con el mínimo de inversión.
La situación de descontrol obligó a la Corona a aceptar el mal menor: Autorizar en Popayán la erección de una nueva “Casa de la moneda,” alterna a la de Santafé, la que dejó en manos de Pedro Agustín de Valencia (1711-1788) con el cargo de Tesorero Perpetuo, otorgando además a su hijo, Francisco, el título nobiliario de Conde de Casa Valencia y Vizconde del Pontón. De manera premonitoria Valencia obtuvo en el contrato o capitulación con el rey una cláusula a su favor, mediante la cual, estos beneficios no podrían perderse por delito alguno (exceptuándose herejía, lesa majestad y pecado nefando) pues, si ocurriera el caso, se daría por vacante el cargo 24 horas antes de cometerlo y de esta forma podría dejar un nuevo sucesor. Valencia construyó una red endogámica mediante los matrimonios de su crecida prole: 17 hijos, numerosos nietos y sobrinos que reforzaron su poder local. Su nieto español, el II Conde de Casa Valencia, de tendencias ilustradas y republicanas, aceptó fugaces prebendas burocráticas durante la invasión a España por José Bonaparte, de donde tuvo que huir a Francia y luego de regresar a la Nueva Granada , durante la retaliación de Morillo, por su compromiso insurgente fue fusilado en 1816.
LA CIUDAD LETRADA
Buena parte de la riqueza de la elite ilustrada de fines del siglo XVIII fue invertida en bienes culturales. Andrés José Pérez de Arroyo, uno de los yernos de Dn. Pedro Agustín, valiéndose de la amistad obtenida en Madrid con el Fiscal criollo Francisco Antonio Moreno y Escandón le propuso a éste5 reabrir los estudios del Seminario con los fondos de temporalidades dejados por los jesuitas expatriados en 1767, lo que finalmente se logró, bajo las enseñanzas del Padre Mariano Grijalva, de José Félix de Restrepo (1760-1832), quien había estudiado en el Colegio de San Bartolomé, y en la Universidad de Santo Tomás (1780), y posteriormente del profesor Migüez Rodríguez, alumno del propio Restrepo, con quienes se formó el protonúcleo de los próceres Ilustrados de la independencia. Restrepo ingresó al grupo familiar de los Valencia por su matrimonio (1788) con la sobrina nieta de Pedro Agustín, Doña Tomasa Sarasti y Ante. Con sus enseñanzas empezó la juventud payanesa a pretender el ingreso en la Modernidad mediante la valorización del racionalismo frente a la escolástica y el dogmatismo religioso, la revalorización de la lógica argumentativa frente a la retórica, el reconocimiento del “otro” como sujeto de derechos, la cartografía del territorio patrio, el reconocimiento clasificación y cuantificación del patrimonio natural, y una nueva concepción de la riqueza entendida no sólo como herencia “natural”, dádiva o merced de la providencia sino además como producto del trabajo y del intercambio de bienes en el mercado mundial. Una febril necesidad de lectura y de estar al día en los conocimientos útiles , los absorbió. Las tiendas públicas de Popayán se inundaron de libros traídos de Lima, Quito y Santafé. Ese afán enciclopédico de los payaneses sorprendió a Humboldt en noviembre de 1801, a su breve paso por la ciudad.
EL TRÁNSITO HACIA LA INDEPENDENCIA
Muy pronto los jóvenes ilustrados Payaneses, Caucanos, universitarios en Quito, o egresados del mismo seminario o simplemente como grupos de autodidactas empezaron a impactar en Santafé. Algunos hicieron parte de las tertulias literarias capitalinas, se incorporaron en el complot de los pasquines (grupo revolucionario involucrado con Nariño en la publicación de los Derechos del hombre y del Ciudadano), contribuyeron con el “ Papel periódico de Santafé de Bogotá” (1791-1797) dirigido por Manuel del Socorro Rodríguez y luego con el “ Semanario del Nuevo Reino de Granada” (1808-1810) dirigido por Francisco José de Caldas. El impacto social de esta generación, seguramente fue más allá de lo imaginado por ellos mismos, para algunos no habían pretensiones distintas a las de conseguir la “felicidad pública” dentro de las leyes de la Monarquía , que a buena parte de ellos, poco o nada los afectaba. Para otros, mas avizores, como Camilo Torres, era la oportunidad del buen gobierno con participación criolla Pero los sucesos de la metrópoli ante la invasión napoleónica (proceso que se inicia con el tratado de Fontainebleau, mediante el cual Godoy autoriza el tránsito por España de tropas francesas para la invasión de Portugal 1807) hasta la devolución del trono a Fernando VII en 1813, generaron tal inestabilidad en los territorios coloniales y tal fervor nacionalista que terminaron obligando a las elites criollas locales a seguir su propio camino, una vez rota la unidad del cuerpo místico político . Es decir, separada la Cabeza – el Rey– de su cuerpo natural, el estado, no había obligación de obedecer a un cuerpo extraño y desnaturalizado como lo era el invasor francés.
LA CIUDAD PERTURBADA
En Popayán, ésta reflexión metafísica salió del salón del Cabildo y empezó a convertirse en caldo especulativo, en rumor que circulaba en los lugares más espurios de la cuadrícula urbana, en las tiendas de vecino, en las pulperías, en “comentarios de mujeres”. Por las circunstancias; más por la deliberación que por la guerra, la sociedad colonial se encontró en sus manos con la soberanía, no contra el rey sino en su nombre.
La metáfora del cuerpo corrupto y acéfalo se refirió al Cabildo. Un grupo social de abogados encabezados por Don Mariano Lemos, letrados de distintas tendencias incluso algunos comerciantes, consideraron conveniente constituir una “junta de seguridad” que, aunque integrada como una continuidad politica del Cabildo, no dejaba de ser un poder alterno, con infiltración de algunos “ilustrados” a cuya cabeza dejaron, sin mayor agrado, al hábil Gobernador Tacón y Rosique. Los vecinos se reconocieron en su diferencia como taconistas o juntistas de acuerdo a las creencias, afectos y desafectos más insospechados, pero siempre, con el transfondo explicativo de la fidelidad al rey y a la religión. Desde entonces, la ciudad se volvió a situar en la encrucijada de los encuentros militares de distinta índole, volvió a ser como en los inicios de su fundación una ciudad campamento sujeta, ahora, a la expoliación y al vandalismo del triunfador de turno. Según don Luciano Rivera y Garrido, desde fines de la colonia hasta el ocaso del siglo XIX, Popayán fue tomada militarmente sesenta y nueve veces.6
Al ser la ciudad un espacio ritual del poder y del reconocimiento colectivo cualquier bando en confrontación debía controlar su espacio territorial, para luego consolidar su escenario desde la legitimación formal y política, desde las representaciones y las imágenes que así lo confirmaran. Desde 1811 hasta 1822 la suerte de la ciudad y de sus habitantes quedó signada por las marchas y contramarchas de los movimientos bélicos, pero también, más allá de la historia militar, por la participación de amplios sectores urbanos y rurales que expropiaron al espacio y servicio de lo público, las decisiones que la élite mantenía en el recinto privado del Cabildo. Esto convirtió a la ciudad en un espacio geopolítico con el cual había que contar para cualquier movilización militar. Ciertas dimensiones participativas y representativas de la comunidad cambiaron -así fuera temporalmente- las formas de la vida urbana, y entonces, el fugaz igualitarismo republicano hizo visibles a gentes de todos los colores que habían sido tradicionalmente opacadas o invisibilizadas.
LOS NUEVOS ESPACIOS DE LO PÚBLICO
Las celebraciones y actos públicos en el ambiente republicano sirvieron para poner en evidencia viejas tensiones, así como para evaluar lo que quedaba de la tradición en la conciencia colectiva.
Nuevos símbolos empezaron a poblar la mentalidad patriótica: el Indio, la Camila , el ciudadano. El 26 de Enero de 1820 cuando llegó Bolívar a Popayán, “En la calle principal, a uno y otro lado, estaban muchos muchachos y muchachas vestidos de indios, cargados de cadenas, que botaban dichas cadenas al pasar su excelencia delante de ellos haciendo gran rugido y al mismo tiempo victoreando y batiendo cada uno una bandera tricolor.” 7
Miguel Arroyo Díez narra como las distancias sociales no podían borrarse tan fácilmente en una sociedad estamentaria como Popayán, “El libertador se presentó a un baile acompañado de sus edecanes y por supuesto con algunos militares pardos. Cuando se trató de que algunas señoritas que lucían sus sargas bailaran con algunos zambitos tan heroicos como quiera, pero así y todo les producía repugnancia invencible por el temor al ridículo que tanto temía la mujer. Entre los jefes notables se hallaba el coronel Lucas Carvajal, compañero del León de Apure y que [sic] contaba con más batallas ganadas que los años de su vida; ya había hecho varias intentonas para bailar con algunas de las preciosas señoritas que ocupaban el estrado, pero éstas se habían concertado de antemano para decir que estaban comprometidas a bailar con otros, hasta que concluyera la fiesta. Entre ellas las Mosqueras, Hurtados, Rebolledos, Mallarinos, Pombos, Arboledas, Torres, Arroyos, Urrutias, Lemos, Carvajales”.8
El mundo sustituído, no era distinto de aquel con el que se le estaba dando continuidad: Una sociedad estamentaria y rígida, igualmente excluyente de aquellos en cuyo nombre se construía la república, ocupaba los espacios del poder reservados al linaje y la “limpieza de sangre” a los que se creía destinada “por naturaleza.” Las coordenadas geográficas de ese mundo eran las mismas que habría de refinar el General Agustín Codazzi: varias naciones, varias culturas, varios territorios articulados sólo por el proyecto cartográfico de un hombre “providencial,” el General Tomás Cipriano de Mosquera y Arboleda (1798-1878). Durante todo el siglo XIX, y buena parte del XX, Popayán siguió jugando su papel de cabecera de los conflictos entre los caudillos regionales, divididos en sus aspiraciones a controlar el gobierno, el ejercicio de la política, el mercado nacional y local de las economías extractivas, los cargos públicos y la academia.
La inserción en la economía mundial implicaba el desarrollo de la industria y el control de las vías y de la salida al mar. Las guerras civiles del siglo XIX – particularmente la guerra del 76- habían empobrecido a las gentes del gran Cauca dejando en claro además, que no se podía salir de la miseria por fuera de un proyecto económico que considerase seriamente la necesidad de sacar los productos exportables al mercado exterior. Un sector independiente del liberalismo vallecaucano no dudó en buscar el apoyo del capital extranjero para fortalecer la industria bajo el supuesto de que la redención regional se daría con un ferrocarril que la librase del aislamiento, fortaleciendo adicionalmente las comunicaciones fluviales por el río Cauca. A estas obras se vincularon los nombres del General Julián Trujillo, Tomás Rengifo, C.H.Simmonds, Francisco Sinisterra y Cia. José María Domínguez y Cia., Ruiz y García, Francisco J. Cisneros, Santiago M. Eder y Fulgencio Olave.
Pero algunos payaneses, partidarios del sector radical, y prosélitos de Mosquera se aliaron con Ernesto Cerruti un aventurero italiano, comerciante acaudalado, y emparentado con el general a través del matrimonio con su nieta Emma Davies. Cerruti no asoció su capital al desarrollo de proyectos de infraestructura, como los otros empresarios, sino al monopolio de la sal y al contrabando de armas. Vinculó con su empresa a tres generales mosqueristas: Jeremías Cárdenas Mosquera, hijo adoptivo del caudillo y además su yerno, Ezequiel Hurtado y su cuñado Lope Landaeta. Con ellos montó el último emporio quinero en el distrito de Páez. Adicionaron a estas empresas monopolistas un anticlericalismo fanático que pasó a las confrontaciones de hecho. Como consecuencia se fracturó la elite payanesa y se dividieron los intereses locales perdiéndose el camino empresarial iniciado por los Caleños.9
La separación de Panamá agravó aún más los sentimientos autárquicos regionales y en los comienzos del siglo XX se precipitó la fragmentación territorial con la sanción de la ley que creaba el Departamento de Nariño en 1904. Una vez disuelto el Gran Cauca, El Departamento. Pasó de 666.000 km 2 a 30.493 km 2 y quedó relegado en la carrera por el desarrollo agro industrial junto con Nariño y el Chocó. La clase política se conformó con el anclaje seguro en el control del estado y el patrimonialismo burocrático. Así opinaba un político local hacia los años 30 del siglo XX: “Por fortuna en el Cauca hemos sido muy miedosos en materia de empréstitos, no nos hemos aventurado en grandes negociaciones, y puede decirse que es el único Departamento que no debe nada (…) Ojalá la situación que atravesamos sirva de ejemplo a los legisladores del Cauca para que siempre continúen con lo que pudieramos llamar un miedo preventivo y no nos embarquen en grandes empresas que a la postre nos causen irreparables desastres”.10
UNA NUEVA LECTURA DEL PASADO Y DEL PRESENTE
Reconfortada en un sentimiento autárquico de autoabastecimiento espiritual Popayán reconfiguró la mirada sobre sí misma. Una mirada nostálgica del pasado glorioso, que tuvo como escenario los eventos cívicos de la primera centuria de la independencia. Con ese telón de fondo se reconstituyeron los libretos y las imágenes que llenan nuestra memoria, desde un presente anacrónico que borraba todas las diferencias y matices, las grandezas y pequeñeces de los actores bajo la figura del procerato. Las letras y las artes plásticas construyeron íconos épicos y figuras sobrehumanas talladas sobre mármoles romanos. Con Roma, la Civitas Dei , se homologaron todos los lugares del “centro histórico” y de los patricios y matronas se calcaron los rostros de las gentes principales. Así pintó Efraím Martínez siguiendo los versos de Valencia la “Apoteosis de Popayán” en el paraninfo de la Universidad. Los indios domesticados y los negros sumisos fueron agregados, más que incluidos en el “crisol de la raza” en la construcción imaginaria de la nación. Por fuera quedaba la barbarie, siempre amenazante del orden ciudadano.
Cuando llegó el ferrocarril a la ciudad, en 1926, aún estabamos desconectados del presente, no había nada que exportar excepto el café. Su operación inicial constituyó un éxito y hacia 1930 movía tantos productos como el de Cali. En su trayecto se construyeron estructuras notables, pero pronto, los volúmenes de carga decayeron, la producción nativa no tenía tanta demanda en el mercado regional y habían sido sustituida por la producción del mismo Valle del Cauca. La exportación de café fue realizada por carretera más rápida y ágilmente. A partir de 1945 recibió igualmente la competencia del transporte aéreo. Desde 1967 el servicio llegaba sólo hasta Suárez y lentamente se extinguió quedando solo el edificio de la estación como ornato y recuerdo de otra época.
El modelo hacendatario de ganadería extensiva no se desarrolló suficientemente para dar paso a la agro industria. Los conflictos armados del siglo XX, las masacres y desplazamientos hicieron de Popayán una ciudad receptora y expulsora de población flotante que no ha logrado incorporarse a la cadena productiva.
EL TERREMOTO DE 1983
El fenómeno sísmico no solo agrietó la torre del reloj, sino que abrió una inmensa fisura en la conciencia social de las élites. Las gentes venidas de fuera cambiaron la forma de vivir en la ciudad. El 31 de marzo de 1983 unos pocos segundos rompieron la linealidad histórica y la inercia acumulada. En poco tiempo mas de 20.000 personas llegaron con la esperanza de obtener nuevas oportunidades. El crecimiento urbano que se había detenido expandió el perímetro a 36 nuevos barrios o “asentamientos” que surgieron de entre los escombros y sobre las huellas de oleadas migratorias anteriores, cerrando como una tenaza el tradicional centro histórico. Todo este impacto demandó la ampliación de servicios públicos, la malla vial, servicios telefónicos, hospitalarios y la absorción de mano de obra para la reconstrucción y la movilización de cuantiosas inversiones. Algunas como la ayuda del exterior que sobrepasaron el monto de 5000 millones, obligaron a redimensionar las cifras usuales de la administración urbana y crearon la necesidad de la inversión participativa y social en la que no puede haber lugar para la exclusión.
EL FUTURO INMEDIATO
Diversos estudios académicos de la Universidad del Cauca han mostrado que el bajo nivel productivo del Cauca depende fundamentalmente del sector primario de la economía y que las proyecciones gubernamentales no cesan de invocar la potencialidad de sus recursos. Pero no se traduce esto en crecimiento derivado del desarrollo. El crecimiento urbano más parece derivado de las inversiones sociales originadas en las catástrofes naturales que en un crecimiento orgánico de la economía regional.
El Cauca es un departamento cuya incidencia en el PIB es bastante débil, comparado con el Valle, incluso por debajo de Nariño, lo que puede considerarse un indicativo de su bajo desarrollo.11 El análisis de las variaciones recientes en el PIB indican que la dependencia de productos agrícolas con muy poco valor agregado en toda la región y una industria más ligada al Valle en el norte Caucano, aún no se revierte en beneficio social y crecimiento económico regional. El patrón de crecimiento no ha logrado satisfacer las demandas que requiere la inserción en una economía globalizada. Si bien el PIB regional mostró indices de crecimiento en la producción industrial después de la incidencia de la ley Páez, y las breves y efímeras bonanzas cafeteras no es esto suficiente para un optimismo desmedido. La escasa inversión social y la profunda brecha de inequidad que se agudiza con el fenómeno del desplazamiento, hace de Popayán un centro de captación de población que requiere ser mirada, no como uno de los factores que desvalorizan el centro histórico, sino como fuerzas sociales capaces de crecer y producir desarrollo. Esto significa aceptar el reto de ir más allá de las economías informales que les ofrecen una economía de subsistencia marginal, o un enriquecimiento fácil e ilegal.
VARIACIÓN DEMOGRÁFICA
En los últimos 7 Censos (6 de ellos en el siglo XX), el número de habitantes de Popayán ha sido:
1938 |
30.038 |
1951 | 44.808 |
1964 | 76.568 |
1973 | 95.828 |
1985 | 164.809 |
1993 | 207.700 |
2005 | 258.653 |
“La población del municipio se ha multiplicado por 8.6 veces en los 67 años considerados y presenta una tasa de crecimiento anual promedio del 3,25% en ese lapso, tasa con la cual la población se dobla en 22 años. En el último periodo intercensal (1993- 2005) la tasa de crecimiento del municipio fue del 1,9%, la cual es muy inferior a las tasas de los periodos anteriores: 4,6% entre 1973 y 1985 y 2,9% entre 1985 y 1993. Ello indica que en este siglo XXI el municipio ha entrado decididamente a la fase de transición demográfica, caracterizada por una disminución abrupta de la tasa de crecimiento poblacional, que trae como consecuencia un directa un menor número de personas por hogar y el achatamiento a mediano y largo plazo de la pirámide poblacional, con la disminución de representación la población de los grupos de menor edad y al aumento progresivo de las personas de tercera edad”.