El reciente intento de asesinato contra el periodista Gustavo Chica en Guaviare no es solo un atentado contra la vida de un hombre; es un ataque directo a la libertad de prensa, uno de los pilares más importantes de cualquier democracia. Este acto de barbarie, orquestado por las disidencias de las FARC bajo el mando de alias ‘Calarcá’, nos recuerda que en vastas regiones de Colombia la verdad sigue siendo una mercancía peligrosa y que denunciar el crimen organizado puede costar la vida.
La frialdad con la que se movieron $12 millones 800 mil pesos para silenciar la voz de Chica es un claro reflejo del miedo que los criminales le tienen a la información. El periodismo, en su esencia, es un contrapoder. Cuando un periodista como Gustavo Chica se convierte en una “piedra en el zapato” para los grupos armados ilegales, significa que está haciendo su trabajo correctamente. Sus denuncias, transmitidas a través de Caracol Radio, estaban exponiendo una realidad que a los violentos les conviene mantener en la oscuridad.
El plan criminal, que incluyó vigilancia, coordinación y la entrega de un arma, demuestra una estructura organizada y decidida a intimidar a cualquiera que se atreva a cuestionar su dominio. Las capturas de alias ‘Cartulina’ y otros involucrados son un paso importante, pero no podemos conformarnos. La verdadera victoria será asegurar que el trabajo de periodistas como Gustavo Chica no sea una heroicidad, sino una labor segura.
El caso de Gustavo Chica es un llamado de atención urgente. La democracia no puede sobrevivir cuando los periodistas son blanco de sicarios por el simple hecho de informar. La labor de la prensa en las regiones apartadas de Colombia, donde el Estado a menudo tiene una presencia limitada, es vital para la rendición de cuentas y la justicia. Estos valientes comunicadores, que exponen la corrupción y la violencia, merecen no solo nuestro apoyo, sino también una protección real y efectiva por parte del Estado.
Es fundamental que las autoridades garanticen la seguridad de los periodistas y que los responsables, tanto materiales como intelectuales, sean llevados ante la justicia. El intento de silenciar una voz no puede quedar impune. Un ataque a un periodista es un ataque a toda la sociedad. Hoy es Gustavo Chica, mañana podría ser cualquier otro. Debemos proteger el periodismo, porque al protegerlo, protegemos nuestra propia libertad.


































































