El rescate de 17 menores de edad en Yarumal, Antioquia, que estaban en poder de la secta judía ultraortodoxa Lev Tahor, es mucho más que un simple operativo policial. Es una dolorosa confirmación de cómo las redes de abuso y las estructuras sectarias pueden cruzar fronteras, usando el manto de la religión para ocultar crímenes atroces contra la infancia.
Yarumal: El Nuevo Escondite de la Secta Fugitiva
La presencia de Lev Tahor en un hotel de Yarumal, con 9 adultos custodiando a los niños, revela un patrón de movimiento internacional desesperado. La secta, ya tristemente célebre por su historial de graves delitos en Guatemala y Estados Unidos, parece haber intentado establecer un nuevo refugio en Colombia.
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Ruta de Escape: Los reportes indican que los adultos y menores habrían llegado desde Nueva York, buscando un lugar donde las autoridades locales no sospecharan su pasado criminal.
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Alerta Internacional: El hallazgo es especialmente grave, ya que cinco de los menores rescatados (con ciudadanía estadounidense, canadiense y guatemalteca) eran buscados a nivel mundial con Circular Amarilla de la Interpol. Esto subraya la naturaleza transnacional y la urgencia del caso.
La rápida intervención de la Policía y otras autoridades, fruto de una “larga investigación”, es un triunfo de la cooperación y la inteligencia, logrando detener lo que se especula era el inicio de una nueva colonia para perpetuar sus prácticas criminales.
La Religión como Velo del Abuso
El nombre de Lev Tahor (que significa “Corazón Puro” en hebreo) contrasta brutalmente con los crímenes que se les atribuyen y por los que sus líderes ya han sido condenados: secuestro y explotación sexual infantil.
En un mundo donde la libertad de culto es un derecho fundamental, este caso nos obliga a trazar una línea firme:
“La fe y las prácticas religiosas jamás pueden ser una excusa o un escudo para cometer delitos, especialmente aquellos que vulneran los derechos inalienables de los niños.”
El hecho de que la secta intentara “establecer una nueva colonia en el país para continuar con los crímenes” pone en alerta máxima a las autoridades colombianas. El ICBF (Instituto Colombiano de Bienestar Familiar) tiene ahora la ardua tarea de restablecer los derechos de estos 17 menores, una ruta que no solo implica el cuidado físico, sino una profunda sanación psicológica y emocional.
Un Llamado a la Vigilancia Global y Local
Este caso debe ser un hito en la política de seguridad y migratoria del país.
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Fortalecer la Inteligencia Migratoria: Es fundamental que Colombia refuerce sus filtros migratorios y su intercambio de inteligencia con Interpol para detectar rápidamente a personas y grupos con historiales criminales internacionales, especialmente aquellos que atentan contra la infancia.
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Transparencia en la Investigación: Las autoridades deben esclarecer cómo los menores extranjeros llegaron a Yarumal y cuál era el propósito exacto de los adultos que los custodiaban. La cooperación internacional con EE. UU., Canadá y Guatemala será clave.
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Protección de la Niñez: Este operativo recuerda a la sociedad colombiana que la vigilancia debe ser constante. La lucha contra la trata de personas, el secuestro y la explotación sexual no respeta fronteras ni disfraces.
El rescate en Yarumal es un acto de justicia y una victoria de la ley sobre la oscuridad. Colombia debe ahora asegurar que se haga justicia, que los responsables sean procesados, y que su territorio nunca más sea un refugio para aquellos que utilizan la fe para destruir la inocencia.


































































