Las conversaciones que dominan nuestras redes sociales a menudo nos presentan un panorama polarizado: la derecha contra la izquierda, un debate que, aunque importante, se ha alejado de las necesidades reales de los colombianos. Nos hemos enfrascado en una batalla de etiquetas que no paga las facturas de la luz ni pone comida en la mesa. Este enfoque superficial no es la solución.
El camino para las próximas elecciones de 2026 debe ser diferente. Debemos buscar un candidato presidencial que entienda que la verdadera tarea es unir a una nación dividida. Un líder que no solo respete, sino que también celebre la diferencia de pensamiento, demostrando que es posible tener un diálogo constructivo sin recurrir al odio ni a la descalificación.
La prioridad indiscutible es enfrentar la escalada de violencia impulsada por el narcotráfico. Es deprimente ver cómo esta problemática ha superado, en los últimos años, los niveles de periodos anteriores. Las herramientas para romper la impunidad parecen inexistentes, y las familias de las víctimas siguen clamando por respuestas, por saber qué sucedió con sus seres queridos. La política colombiana está partida en dos, y es fundamental que el próximo presidente sane estas heridas, buscando una verdadera unidad que ponga fin a los ciclos de venganza.
El 2026 no es solo una elección; es una oportunidad para que Colombia se una en un camino de reconciliación. Es el momento de dejar atrás el odio y de construir un país donde la seguridad en las regiones no sea una promesa vacía, sino una realidad que garantice la vida y el bienestar de todos. El próximo presidente debe ser un agente de cambio, capaz de liderar con respeto y de unirnos en torno a objetivos comunes. De lo contrario, seguiremos repitiendo la historia de una nación que se destruye a sí misma desde adentro.