La trágica realidad del bombardeo en Guaviare, donde menores de edad reclutados perdieron la vida, ha vuelto a la palestra pública. Sin embargo, como bien se señala, el regreso de este debate no está motivado por el legítimo dolor, la reflexión o la búsqueda de justicia que la muerte de un niño debería inspirar, sino por algo mucho más cínico: una “cacería de cámaras y reflectores”. Esta situación desnuda una de las fallas morales más profundas de nuestra clase política: la instrumentalización de la infancia.
La Irrelevancia Electoral de la Infancia
La acusación central es tan hiriente como certera: la vida de los menores en Colombia parece ser “irrelevante para la mayoría de la clase política”. Esta irrelevancia se sustenta en una lógica electoral puramente pragmática y desalmada:
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No dan votos: Los niños y adolescentes no tienen derecho al sufragio, lo que los excluye automáticamente de la maquinaria de promesas y clientelismo.
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No dan dinero ni poder: La infancia, especialmente la vulnerable y la víctima de la guerra, carece de la capacidad de financiar campañas o de ejercer influencia económica directa.
Si la niñez no tiene valor en la balanza política, solo adquiere valor como excusa, como una bandera útil para la “disputa” coyuntural. El dolor de las familias se convierte en una herramienta retórica para atacar al adversario, desviar la atención de otros escándalos, o simplemente para captar la atención mediática necesaria para mantener la vigencia política.
Un Ciclo de Indignación Oportunista
El caso del Guaviare no es único; es un patrón repetido. La indignación política surge de forma explosiva ante la tragedia, pero se desvanece tan pronto como el foco de las noticias cambia. La consecuencia más grave de este oportunismo es el estancamiento de soluciones reales.
Mientras los políticos se pelean por quién es más o menos responsable del bombardeo, quedan en segundo plano las preguntas fundamentales:
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¿Qué programas efectivos existen para prevenir el reclutamiento forzado?
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¿Cómo se fortalece la presencia estatal (educación, salud) en las zonas donde la ilegalidad es la única opción de vida para los jóvenes?
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¿Cómo se sanciona realmente a quienes reclutan, independientemente de la facción?
La disputa se centra en la muerte, pero ignora sistemáticamente las condiciones de vida que llevaron a esos menores a estar en el lugar equivocado.
Un Llamado a la Autenticidad y la Coherencia
Es necesario exigir a la clase política una coherencia moral. Si la vida de un menor asesinado en un bombardeo es motivo de escándalo, la vida de un menor que muere por desnutrición en La Guajira, o la de uno que es explotado en las ciudades, también debería serlo.
El verdadero respeto por la vida de los niños no se demuestra con discursos grandilocuentes frente a las cámaras, sino con la asignación prioritaria de recursos, la implementación sostenida de políticas de protección y la rendición de cuentas por el abandono histórico. Mientras los niños y adolescentes sigan siendo una simple ficha en el tablero de ajedrez político, Colombia no podrá decir que está superando la guerra, solo que está cambiando las armas por micrófonos.
La memoria de los menores de Guaviare, y de todos los niños que el conflicto ha arrebatado, merece ser honrada con acciones concretas, no con una “descarada cacería” de reflectores.


































































