Diciembre en Colombia suele ser sinónimo de luces, reuniones familiares y esperanza. Sin embargo, el más reciente reporte del Instituto Nacional de Salud (INS) nos devuelve a una realidad cruda y persistente: la pólvora sigue siendo el invitado de piedra que empaña nuestras celebraciones. Con 792 lesionados en lo que va del mes, las cifras no son solo estadísticas; son relatos de dolor que, año tras año, parecen calcarse con una terquedad alarmante.
Lo más doloroso del informe no es el número total, sino el desglose de las víctimas. Que el 32,8 % de los afectados sean menores de edad es un fracaso colectivo. Estamos hablando de 260 niños y adolescentes que, en lugar de estar disfrutando de sus juguetes o de la compañía de sus amigos, terminan en una sala de urgencias con quemaduras o laceraciones.
Resulta indignante leer que, en al menos 30 de estos casos, los menores estaban bajo el cuidado de adultos que habían consumido alcohol. La mezcla de licor y pólvora es una receta para la tragedia que, a pesar de las campañas masivas de prevención, parece no calar en la conciencia de algunos cuidadores. La responsabilidad de proteger a la infancia no es opcional; es un deber ético y legal que estamos omitiendo sistemáticamente cada Navidad.
Geográficamente, el mapa del dolor se concentra en regiones como Antioquia, Bogotá y Norte de Santander. Aunque la variación del 0,9 % respecto al año anterior sugiere una estabilidad en las cifras, esa “estabilidad” es, en realidad, un estancamiento. No deberíamos conformarnos con “no estar peor”; la meta social debería ser la erradicación de estas lesiones prevenibles. Los “totes”, esos artefactos aparentemente inofensivos, siguen liderando las causas de accidentes, demostrando que no hay pólvora pequeña ni riesgo despreciable.
Regiones con más casos reportados
La distribución territorial de los lesionados por pólvora muestra una concentración en varios departamentos y ciudades:
- Antioquia: 115 casos
- Bogotá: 64
- Norte de Santander: 46
- Cauca: 45
- Atlántico: 41
- Cundinamarca: 40
- Barranquilla: 35
En ciudades principales, Medellín encabeza el registro con 56 casos, seguida de Cúcuta (23), Armenia (13) e Ibagué (11).
Es cierto que, afortunadamente, no se han reportado fallecimientos hasta la fecha. Pero las secuelas de una quemadura, físicas y psicológicas, pueden durar toda la vida. Una cicatriz en el rostro o la pérdida de un dedo por un “volador” es un precio demasiado alto por unos segundos de estruendo y luces de colores.
La pregunta que queda en el aire, mientras nos preparamos para despedir el año, es: ¿Cuántas personas más deben ingresar a un hospital para que entendamos que la pólvora no es un juego? La prevención no depende únicamente de los decretos municipales o de la vigilancia policial; nace en la sala de cada casa, cuando un adulto decide que la seguridad de los suyos vale más que una detonación.
Ojalá que el próximo reporte del INS no sea una actualización al alza, sino el inicio de una verdadera reflexión ciudadana. Que el fin de año nos encuentre celebrando la vida, y no lamentando las cenizas de una imprudencia que pudimos evitar.


































































