La reciente difusión de pruebas de supervivencia por parte de las disidencias de las Farc (GAO-r) en el suroccidente del país nos devuelve a una de las épocas más oscuras de nuestra historia. Ver a miembros de la Fuerza Pública en cautiverio, a través de una pantalla y bajo la coacción de las armas, no es solo un ataque a la institucionalidad; es un atentado directo contra la dignidad humana y la esperanza de una nación que busca la paz.
El mensaje tras el video
Para los grupos armados, estos videos son herramientas de propaganda y presión política. Sin embargo, para la sociedad civil, estas imágenes tienen un significado radicalmente distinto:
· La agonía de las familias: Detrás de cada uniforme hay una madre, un hijo o una esposa que hoy vive entre el alivio de verlos con vida y el terror de no saber cuándo terminará su calvario.
· La fragilidad de la paz: El uso del secuestro como método de control territorial en el Cauca, Nariño y Valle del Cauca pone en tela de juicio la voluntad real de diálogo de estos grupos. No se puede hablar de “paz total” mientras se mantiene a seres humanos privados de su libertad.
El Suroccidente: Un epicentro de dolor
El suroccidente colombiano se ha convertido en el tablero de ajedrez de una guerra que parece recrudecerse. La instrumentalización de los soldados y policías secuestrados busca debilitar la moral de la Fuerza Pública y enviar un mensaje de dominio sobre el Estado. Pero el costo real lo pagan quienes están en la selva y quienes los esperan en casa.
“El secuestro no es un ‘error’ de la guerra ni una ‘retención’; es un crimen de lesa humanidad que despoja al individuo de su esencia para convertirlo en un objeto de negociación.”
Un llamado a la coherencia
El Estado tiene la obligación constitucional de proteger a sus hombres, pero también el deber ético de buscar salidas que no pongan en riesgo sus vidas. Por otro lado, la comunidad internacional y los organismos de derechos humanos deben ser contundentes: el secuestro es una línea roja intransitable.
La esperanza de las familias, que hoy envían mensajes de fortaleza a sus seres queridos, es la misma esperanza de un país que se niega a normalizar la barbarie. La libertad de los uniformados no debe ser una pieza en una mesa de negociación; debe ser un acto de humanidad inmediato y sin condiciones.


































































