La confirmación del primer caso de influenza A(H3N2) variante K en Colombia —un menor de dos años en Medellín con antecedente de viaje— no debe ser recibida con alarma, sino con una lectura analítica y preventiva. Aunque el término “variante” suele despertar temores heredados de la pandemia del COVID-19, la realidad de este reporte nos ofrece, por ahora, un panorama de control institucional y lecciones sobre salud pública que no podemos ignorar.
Un sistema que funciona
Lo primero que destaca es la oportunidad del sistema de vigilancia. Que el caso haya sido detectado, rastreado hasta su origen en octubre y reportado siguiendo protocolos internacionales, habla bien de la capacidad epidemiológica de Medellín y del Instituto Nacional de Salud. El hecho de que el menor presentara síntomas leves y esté hoy recuperado refuerza lo que las autoridades subrayan: no hay evidencia de que esta variante sea más agresiva que las anteriores.
La vacuna: Nuestra mejor tecnología
Sin embargo, el mensaje central de este anuncio no es la anécdota del contagio, sino el llamado urgente a la vacunación. Existe una brecha peligrosa entre la disponibilidad de la ciencia y la voluntad ciudadana. El alcalde Federico Gutiérrez fue enfático: la vacuna de 2025 ya incluye la cepa A(H3N2).
Es fundamental entender que la vacunación no siempre evita el contagio, pero es la herramienta definitiva para evitar que las unidades de cuidados intensivos se llenen. En un mundo globalizado, donde los virus viajan en avión tan rápido como los pasajeros, la inmunidad colectiva es nuestra única frontera real.
El retorno a lo básico
Finalmente, este caso nos recuerda que la higiene no debe ser una moda pasajera de épocas de crisis. El lavado de manos, la ventilación y el uso de tapabocas ante cualquier síntoma respiratorio deben ser hábitos permanentes.
Colombia no registra un aumento inusual en la gravedad de infecciones respiratorias, pero la advertencia de la OMS sobre la circulación anticipada del virus a nivel global es una señal clara. No esperemos a que los indicadores suban para actuar. La salud pública no depende solo de un decreto ministerial o de un reporte epidemiológico; depende, en última instancia, del brazo que cada ciudadano decida poner para recibir su vacuna.


































































