El anuncio del plan de 20 puntos para Gaza, presentado conjuntamente por Donald Trump y Benjamin Netanyahu, ha irrumpido en el complejo panorama del conflicto con la fuerza de un ultimátum. Más que una propuesta de paz negociada, el documento parece un borrador de rendición condicional de Hamás, con una hoja de ruta detallada para la desmilitarización, la gobernanza provisional y la reconstrucción del enclave. Su elemento más disruptivo no es la ambición de sus objetivos, sino la figura central de su supervisión: el propio Donald Trump.
El plan, condicionado a la aceptación inmediata de Hamás, promete un alto el fuego a cambio de la liberación de todos los rehenes, seguida de la liberación de prisioneros palestinos. Hasta aquí, los puntos iniciales (3, 4, 5) siguen la lógica de un acuerdo de intercambio.
La Desarticulación Impuesta y la “Junta de Paz”
Sin embargo, el corazón de la propuesta radica en la desarticulación total de Hamás, incluyendo la amnistía para los miembros que se comprometan a la coexistencia pacífica y el desarme (Punto 6), y la destrucción de toda la infraestructura militar (Punto 13). Este punto, que exige la aniquilación de la capacidad política y militar del grupo, es precisamente el nudo gordiano que hace que la aceptación por parte de Hamás sea improbable, salvo que se encuentre en una posición de colapso total. La propuesta, de facto, busca una paz israelí-estadounidense impuesta.
Pero el elemento más audaz e inusual es el mecanismo de gobernanza de transición (Punto 9). El plan propone un comité palestino tecnocrático supervisado por una nueva “Junta de Paz” dirigida por Donald J. Trump. La idea de un expresidente estadounidense al frente de la reconstrucción y gobernanza de Gaza, en asociación con figuras como Tony Blair, transforma esta iniciativa de un acuerdo diplomático a un ejercicio de intervencionismo político personal de alto riesgo.
El control de Trump sobre la financiación y la reconstrucción (Punto 10) no solo le otorga un poder inmenso en el destino de Gaza, sino que lo convierte en un actor central en la política regional, algo que sin duda generará fricciones en la comunidad internacional, especialmente entre los gobiernos árabes y los aliados europeos.
Seguridad, Reconstrucción y Autodeterminación
En materia de seguridad, el plan traza una ruta compleja. Propone una Fuerza Internacional de Estabilización (FIS) temporal (Punto 15) para capacitar a la policía palestina y asegurar las fronteras, un mecanismo que requerirá de la cooperación activa de Egipto y Jordania. La retirada israelí (Punto 16) es gradual, vinculada a los hitos de desmilitarización, y contempla el mantenimiento de un “perímetro de seguridad” por tiempo indefinido hasta que Gaza esté libre de amenazas, lo que garantiza una presencia militar israelí residual o una capacidad de intervención permanente.
La propuesta promete la reconstrucción y la creación de una Zona Económica Especial (Punto 11), y descarta las expulsiones forzosas (Punto 12), lo que aborda algunas de las preocupaciones humanitarias más urgentes.
Finalmente, el plan aborda la cuestión de la autodeterminación palestina con extrema cautela. Menciona que las condiciones para una “vía creíble hacia la autodeterminación y la creación de un Estado palestino” (Punto 19) podrían darse solo después de que Gaza se desarrolle y la Autoridad Palestina complete un riguroso “programa de reforma”. Es una promesa de Estado palestino que se encuentra al final de un camino lleno de condiciones impuestas, lo que para muchos palestinos será visto como un horizonte político demasiado lejano y dependiente de la aprobación estadounidense e israelí.
Conclusión: Un Plan Bipolar
plan Trump-Netanyahu es un documento de contrastes: ofrece la promesa de una ayuda masiva y la posibilidad de una Gaza reurbanizada, pero exige una sumisión total a los términos de seguridad israelíes. Su futuro pende de un hilo: si Hamás rechaza (Punto 17), Israel continuará sus operaciones con el respaldo total de EE. UU., mientras que las operaciones de ayuda y gobernanza se limitarán a las “zonas libres de terrorismo”.
Es un plan que prioriza la seguridad de Israel y la desarticulación de Hamás como prerrequisitos inamovibles para la paz, con la reconstrucción y la esperanza de autodeterminación ofrecidas como incentivos posteriores. La comunidad internacional no solo deberá evaluar su viabilidad, sino también la legitimidad de una “Junta de Paz” encabezada por un líder extranjero con intereses políticos evidentes. La paz en Gaza es urgente, pero el camino propuesto por Trump y Netanyahu parece menos una negociación y más un marco de victoria.
¿Podrá la “Junta de Paz” de Trump ser vista por la región como un árbitro justo o como un agente de intereses específicos?


































































