La reforma tributaria 2025, *que avanza a paso firme en el Congreso, ha encendido una alarma que parece no resonar con la misma fuerza que en el pasado. Los gremios y expertos advierten de un alza histórica en los precios de la gasolina y el diésel,* que podría superar los $1.000 por galón a partir de 2026. Sin embargo, el estruendo de esta medida parece amortiguado por un silencio colectivo que resulta, al menos, paradójico.
*Recordemos la furia popular desatada por incrementos de apenas $100 en el pasado.* Las calles se incendiaron, los cacerolazos resonaron y la indignación se apoderó de un país que se sentía agobiado por el costo de vida. *Hoy, cuando el ministro Germán Ávila Plazas radica una reforma que podría encarecer en casi $2.000 el galón de gasolina, la reacción es una resignación silenciosa*.
¿Qué pasó con ese pueblo que se levantaba en contra de los ajustes económicos? El gobierno de Gustavo Petro, *que llegó al poder con la promesa de aliviar la carga económica de los colombianos, ahora propone una medida que podría tener un impacto directo y negativo en el bolsillo de millones de familias. La aplicación del 19% de IVA* a los combustibles, incluyendo los biocombustibles, representa un giro radical que amenaza con disparar los costos del transporte y, por ende, el precio de todos los productos y servicios.
*El reajuste económico de Petro, lejos de aliviar, parece encarecer la vida de los colombianos*. La pregunta no es solo por qué suben los precios, sino por qué, a diferencia de otros momentos históricos, la protesta se ha transformado en un simple acto de resignación: pagar el valor que imponga el gobierno de turno. *El eco de las calles vacías es, quizás, la protesta más elocuente de todas*.
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