La tranquilidad de Marinilla, un municipio que por mucho tiempo se sintió alejado de la crueldad del crimen organizado, se ha visto fracturada por una escalada de violencia que ya no podemos ignorar. Los recientes hechos—un secuestro y un doble homicidio—revelan una preocupante realidad: la disputa territorial entre bandas criminales por el control del microtráfico y la extorsión ha llegado para quedarse, afectando la seguridad de todos.
No son incidentes aislados; son síntomas de una enfermedad más profunda. La guerra entre la subestructura Gener Morales del Clan del Golfo y la banda de El Mesa por las rentas criminales ha convertido a Marinilla en un tablero de ajedrez donde las vidas se sacrifican en nombre de la ambición. El secuestro de un presunto integrante del Clan del Golfo y el doble homicidio posterior, aunque las autoridades los presenten como eventos separados, parecen estar directamente conectados con esta lucha sangrienta por el poder.
La identificación de las víctimas, con anotaciones judiciales por narcotráfico y otros delitos, confirma que se trata de una purga interna o de un ajuste de cuentas entre estructuras criminales. Sin embargo, más allá de la identidad de los fallecidos, lo verdaderamente alarmante es el aumento de los homicidios en el municipio. Los 15 asesinatos registrados en lo que va del año, cinco más que en el mismo período del año anterior, son una cifra que nos grita que la situación está fuera de control.
¿Por qué este repunte de violencia? La respuesta es simple: las bandas criminales, al sentir la presión de otros grupos o la falta de una respuesta contundente por parte de las autoridades, intensifican su guerra por el dominio. No se detienen ante nada, y los ciudadanos de Marinilla, que un día se sintieron seguros en sus calles, ahora viven con el temor de ser víctimas colaterales de una guerra que no les pertenece.
Es imperativo que las autoridades locales y nacionales actúen con decisión. No basta con operativos esporádicos. Se necesita una estrategia integral que incluya la presencia permanente de la fuerza pública, la inteligencia para desarticular estas bandas desde sus cimientos y, lo más importante, una inversión social que brinde a los jóvenes oportunidades reales para que no caigan en las redes del crimen. El control de Marinilla no puede quedar en manos de quienes viven de la extorsión y el microtráfico. La seguridad de nuestro municipio no puede ser negociable. Es hora de recuperar la paz.


































































