El reciente intento de atraco contra el magistrado Álvaro Hernán Prada en el norte de Bogotá no es solo un titular judicial más; es el síntoma de una metástasis de inseguridad que ya no distingue entre zonas exclusivas ni esquemas de protección. Cuando un vehículo blindado es embestido por dos camionetas y atacado por una banda de seis hombres armados, queda claro que la delincuencia en la capital ha pasado de la oportunidad furtiva a la operación tipo comando.
Lo ocurrido la noche del 22 de diciembre es alarmante por varios motivos. Primero, por la audacia delictiva. Ya no se trata de un “raponazo” en una esquina oscura, sino de una logística coordinada que involucra múltiples vehículos y armamento. Si esto le sucede a un alto funcionario del Estado con protección oficial, ¿qué puede esperar el ciudadano de a pie que camina hacia el paradero del SITP o el que espera un semáforo en su vehículo particular?
La realidad detrás de las cifras
Aunque la Secretaría de Seguridad hable de porcentajes, la realidad se siente en el asfalto. El incremento del 3% en hurtos durante 2025, con picos de hasta el 12,4% en meses específicos, no son solo números: son 132.204 historias de miedo, pérdida y, en muchos casos, tragedia.
Localidades como Usaquén, Suba y Engativá se han convertido en cotos de caza para bandas que parecen moverse con total impunidad. El caso de Prada tuvo un desenlace “afortunado” gracias a la pericia de su conductor, pero su acompañante no corrió con la misma suerte, siendo víctima de la violencia de estos mismos criminales minutos después. Esto demuestra que la delincuencia en Bogotá hoy tiene una persistencia aterradora: si fallan el primer golpe, buscan el segundo de inmediato.
Un llamado a la acción, no al discurso
El mensaje del magistrado en sus redes sociales es contundente: “Este es uno más de varios episodios que me ha tocado denunciar”. Si un ciudadano con voz pública siente que sus denuncias caen en saco roto, la sensación de desprotección para el resto de la población es absoluta.
Bogotá no puede seguir siendo una ciudad donde la seguridad dependa de la capacidad de maniobra de un conductor o del grosor de un vidrio blindado. La estrategia actual está siendo superada por la operatividad de bandas organizadas. Se requiere:
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Inteligencia y no solo reacción: Desarticular las estructuras que proveen las camionetas y las armas, no solo perseguir al que aprieta el gatillo.
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Presencia efectiva: El patrullaje debe ser predictivo, especialmente en las zonas identificadas como críticas por las propias estadísticas oficiales.
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Justicia sin puertas giratorias: La ciudadanía está agotada de ver cómo el esfuerzo policial se diluye en procesos judiciales que dejan a los delincuentes en la calle en cuestión de horas.
La seguridad en Bogotá está en cuidados intensivos. Si los delincuentes ya no temen atacar a un magistrado en un carro blindado, es porque sienten que son los dueños de la calle. Es hora de que la administración local y la fuerza pública recuperen el territorio, antes de que el miedo termine por encerrarnos a todos.


































































