El ajedrez político del Centro Democrático (CD) ha dado su veredicto: *Paloma Valencia se alza con la candidatura presidencial para 2026* tras imponerse, *”a las buenas o a las malas”*, en las encuestas internas. Este triunfo consolida su posición dentro del uribismo y la proyecta, por fin, como la ficha principal para la Casa de Nariño. *La congresista, con el espaldarazo del expresidente Uribe*, inicia su camino con la ventaja de la maquinaria, pero también con una pesada mochila de cuestionamientos, especialmente desde su región natal: el Cauca.
El *problema de Paloma Valencia, según se rumora con insistencia en los pasillos de su partido y en la región*, no es solo de imagen o de programa, sino de *conexión real y tangible con su tierra*.
La historia es conocida y dolorosa para muchos líderes locales: la senadora, oriunda del Cauca, no habría impulsado con suficiente vehemencia la inclusión de líderes caucanos en los primeros 14 renglones de la lista del Centro Democrático. *Un “feo” político que se lee en clave regional como un profundo desinterés o, peor aún, como un pragmatismo excluyente*.
*El Cauca, para muchos, parece ser solo el lugar donde “nació la historia de la familia Valencia”, una historia que, según la crítica, la candidata abandonó hace mucho tiempo en favor de los centros de poder nacional*.
Esta percepción no es trivial; explica, en gran medida, el *histórico balance de sus votaciones como congresista*. Sus resultados electorales, aunque suficientes para mantenerse en el Capitolio, han dependido en *gran medida de la tracción de la marca uribista y de los votos concentrados en otros departamentos y grandes ciudades, más que de un masivo y devoto respaldo caucano*. La tierra que la vio nacer y de donde se desprende su apellido, paradójicamente, no es su principal fortín electoral.
Esta desconexión plantea una pregunta clave para su campaña: *¿Podrá una candidata presidencial ignorar o menospreciar su base regional sin pagar un costo político significativo?*
El Cauca es un departamento de una complejidad política, social y de seguridad enorme. Requiere una candidata que no solo hable de “regiones” en abstracto, sino que demuestre una *comprensión visceral y un compromiso de gestión* con sus problemáticas específicas: el conflicto armado, los cultivos ilícitos, la desigualdad histórica y las tensiones étnicas.
La victoria interna le da la candidatura, sí, pero la expone a la lupa de la coherencia. Si Paloma Valencia no logra tender puentes genuinos con su gente, si no demuestra que su cuna es más que una línea en su hoja de vida, corre el riesgo de que su campaña presidencial sea percibida como la de una figura que representa a la élite nacional, pero que *niega el rostro de la región que lleva en su nombre*.
De ahora en adelante, la candidata deberá trabajar no solo por convencer a los votantes en las grandes urbes, sino por saldar esa *deuda histórica y política con el Cauca*. Si no lo hace, su victoria interna podría convertirse en un *triunfo de Pirro* en la contienda nacional, debilitada por una fractura de base que el resto de los candidatos sabrá explotar. La pelota está en su cancha: es hora de decidir si el Cauca es un simple recuerdo familiar o una prioridad de gobierno.
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