La retención de 57 miembros de la fuerza pública en el Cañón del Micay representa una afrenta inaceptable al orden constitucional y a la dignidad de nuestros soldados de la patria.
La humillación impuesta por la coerción de pobladores, forzados por el grupo armado delincuencial Carlos Patiño, expone una práctica deleznable, emplear civiles como peones dominados por el terror.
La reacción colectiva ante ese atropello exige un rechazo firme y sin ambages de toda la sociedad colombiana, en especial del Gobierno nacional, cuyos Ministros Pedro Sánchez Suárez de Defensa y Armando Benedetti del Interior, tuvieron que intervenir para que la comunidad no se meta en mayores problemas.
El escenario montañoso del Micay funciona como refugio de estructuras ilegales que explotan su inaccesibilidad para imponer control territorial. Ese entorno favorece la ocultación de redes de narcotráfico y otorga una ventaja operativa a los violentos, que ya no confrontan a la Fuerza Pública, sino que se camuflan en la población civil para mover, armas, drogas y dinero, en especial en horas de la noche donde transitan en vehículos robados y sin luces.
Según el Ejército, la captura de los uniformados ocurrió mientras cumplían su deber de garantizar la seguridad. El uso de movilidad nocturna y vehículos robados confirma una estrategia previsible: evadir enfrentamiento directo y obstaculizar la respuesta oficial.
La responsabilidad principal recae en los cabecillas de la estructura Carlos Patiño, sin embargo, el Estado debe revisar mecanismos de alerta temprana y de apoyo a esas poblaciones expuestas a amenazas.
El respeto a los derechos fundamentales de la comunidad requiere una presencia permanente de instituciones y programas de prevención. La operación Justicia, anunciada por la Tercera División y la Policía Nacional, culminó con el rescate de los uniformados.
El anuncio de recompensas millonarias para identificar a alias ‘Kevin’, ‘Giovanni’, ‘Zamora’ y ‘Tabares’ refleja voluntad de sanción. El ministerio de Defensa celebró el éxito, pero esa reacción exige mantenerse más allá del episodio. Proteger a la población exige dedica inversión social y refuerzo de infraestructura en la región.
Garantizar la gobernabilidad y el Estado Social de Derecho implica dotar a esas zonas con vías de acceso seguras, servicios básicos estables y oportunidades económicas reales.
La presencia del Estado debe combinar capacidad disuasoria con compromisos de desarrollo. Esa medida reduce la capacidad de coacción de grupos ilegales. Sin esa articulación, la mera acción bélica podrá rescatar a rehenes, pero no corregirá las causas de la inseguridad.
La liberación de los militares en el Micay representa un paso necesario, pero no suficiente, porque en esa zona es vital la legitimidad del Estado, para lo cual se exige consolidar estrategias sostenibles que satisfagan las necesidades básicas de las comunidades.
Esa tarea demanda coordinación entre Defensa, Interior y entidades sociales, sólo así se evitará que esos actos de humillación y barbarie contra nuestros soldados vuelvan a repetirse.