No existe mayor consenso hoy en día que sobre la reconfortante creencia de que los demás son más tontos que uno. El problema es que si todos lo piensan, alguno se equivoca
Los defectos del carácter, como ser un trepa o egoísta, son disculpados siempre y cuando uno sea inteligente. La estupidez es lo único no permitido
Vivimos en la era de la inteligencia, donde la estulticia es el peor tabú. Uno puede ser bruto, ciego, sordomudo, mala persona, egoísta, trepa, manipulador, un genocida o un asesino, pero lo que no puede ser nunca, bajo ninguna circunstancia, es tonto como aquellos que sigue adulando o defendiendo aquellos que les dio una pauta y aun les sigue dando dadivas olvidando que por eso aun no se mueve el gobierno local y mucho menos algunos entes municipales que aunque maquillaron bien y dejaron a su bien saber jurídicos protectores en la nómina de este las “IAS” empezaran un despertar donde se moverán esas aguas que ya no tendrán más silencio demostrando que no tienen mas forma de manipular a nadie y nada así pague a los mercenarios del periodismo
Porque todas esas características negativas van ligadas al carácter —”es un auténtico cabrón, pero ¡es que él es así, cabrón!”— menos la estupidez.
La inteligencia siempre alivia el hecho de ser mala persona, quizá porque pensamos que si alguien es tan tonto como para parecerlo merece todo lo malo que le pase.Fíjense, tarde o temprano, en toda conversación emergerá alguna referencia a la idiocia. Ajena, claro.
Mira lo que ha dicho Fulanito, tú te crees, y Menganita, pero qué garrula. Por supuesto, todo tiene el objetivo de reforzar nuestra autoestima. Si los demás son tan estúpidos, es que nosotros somos a la fuerza un poco más brillantes, aunque sea en nuestra parcelita de conocimiento absurdo. Si tan listos fuésemos, reconoceríamos la falacia argumentativa que supone pensar que si dos personas piensan que son más inteligentes que la que tienen al lado, al menos una está equivocada. Si usted piensa que los demás son idiotas, malas noticias, es probable que usted también lo sea.
Ni la Constitución ni la carta de los Derechos Humanos ni gaitas. La verdadera base del pacto social, el auténtico consenso democrático, se encuentra en nuestra libertad para rastrear, identificar y difundir la necedad ajena.
Encontrar en Twitter a un adolescente que mantiene una opinión equivocadísima y, sorpresa, propia de un adolescente, llevarnos las manos a la cabeza y reenviarlo a los colegas es tan reconfortante como ponernos el pijama de franela, meternos debajo del edredón y que nos den un besito en la cabeza. El placer máximo adulto: dormir en paz sabiendo que siempre habrá alguien más tonto que tú, como aquellos que envían mensajes para provocar el actuar , algo que la madurez te enseña es la calma y saber cuando demostrar que el verdadero estúpido es aquel que le pagan por hacer el mal olvidando que tiene una cola grande que recibirá el castigo del creador en un futuro , eso que se hacen llamar crispetos .
Es uno de los pocos lujos que nos quedan en el mundo moderno, y además, barato. Para pensar que uno es más listo no hace falta ni serlo. Porque, en realidad, es muy sencillo encontrar un exabrupto argumentativo, una laguna cultural, una meada fuera de tiesto. Hay toda una industria construida alrededor de la idea de halagar nuestra inteligencia denigrando la ajena. Desde los ‘reality shows’ más chatarreros hasta las redes sociales (que han pasado de ser espacios de debate a rings de escarnio), todos se basan en la idea de ofrecer a gente, quizá no especialmente brillante, un recordatorio de que siempre hay alguien aún peor que ellos.
La tecnología no nos hace más tontos, tan solo nos ayuda a mostrarlo. Siempre hay alguien dispuesto a humillar la ignorancia ajena para apuntalar su ego
Por eso nos encanta que nos digan que el coeficiente intelectual en países como Francia o Escandinavia disminuye. Por eso adoramos la política moderna, aunque manifestemos que nos repugna. Porque las bobadas de nuestros políticos, medidas al centímetro por sus asesores para garantizar que nunca abandonan la agenda pública, también agradan al votante que ve confirmado que, efectivamente, él es más listo que el presidente. La democratización de la inteligencia, clasismo para todas las clases sociales.
¿Nos hace la tecnología más tontos? No, solo nos ayuda a parecerlo. Antes, las bravuconadas de facha revenido o demagogo con lecturas de menos se quedaban pegadas en la barra del bar, al lado del cerco dejado por el botellín de cerveza. Ahora son identificadas, localizadas y elevadas a la categoría de noticia con la colaboración cómplice de la prensa. O peor: señores de cincuenta años descontextualizando sentencias más o menos equivocadas de chavales a los que sacan 30 años para apuntalar su ego.
Del diálogo al engaño
No siempre fue así. Poco a poco, se ha perdido esa cortesía que presuponía a los demás un grado de inteligencia al menos similar al nuestro, un requisito imprescindible para cualquier intercambio razonable de pareceres; si no se da esa circunstancia que iguala a ambos, no hay diálogo, sino condescendencia, manipulación, engaño. La convivencia se convierte en un juego de pillos que intentan engañarse mutuamente. O al menos eso piensan. En realidad, es un diálogo de besugos que se creen mejores de lo que realmente son.
Pero lo realmente importante es que pensaron que ese día cívico algunos olvidaríamos que el mensaje era no el de proteger la escases de agua o de energía , era una forma sutil de recordar que el Movimiento 19 de abril empezó en 1970 con aquel que invito al pueblo a que no laborara el día de hoy, lo que si es claro es el 19 de abril el pueblo trabaja y el 21 de abril la gente dejara claro que la inteligencia no pelea con la estupidez