El asentamiento de la Masonería en distintos lugares de Europa y América, trajo consigo una sucesión de impactos relevantes, que la vinculan con distintos procesos históricos. Unos más relevantes que otros. De manera importante, los hombres que portaban los ideales del modernismo, entendido este como un proceso intelectual y material, determinó la importancia de la ciencia y la oposición a los dogmas de la tradición cultural y religiosa, fueron caracterizando a la Masonería como la inspiradora ética de la libertad individual, del libre pensamiento y el relativismo frente a las iglesias hegemónicas y los dogmatismos que de ello se deriva.
Aun la Masonería teísta constituyó la relativización frente a las Iglesias que tuviesen afirmaciones más dogmáticas. Las tradiciones protestantes que tenían un alcance más secular, fueron capaces de sintonizar con las proposiciones éticas que la Masonería proponía, y quien se transformaría en el principal antagonista del desarrollo de la Masonería fue el Papado.
En menos de veinte años, ante la proliferación de las logias, la Iglesia Católica condenó a la Masonería, ante dos peligros que consideró fundamentales: por un lado, las logias tenían un origen protestante y las consideró un vehículo de penetración de esa fe, y pronto como una herramienta del judaísmo. No mucho tiempo después, la consideraría como instrumento del relativismo religioso que imponía la ciencia.
De esta forma, la comprensión civil que se fue estableciendo respecto de la Masonería, fue, para los más cercanos a las élites católicas, que aquella era una profesión diabólica, en el sentido de que profesaban una doctrina contraria a los fundamentos dogmáticos de su iglesia; en tanto, para los más cercanos al progreso intelectual, la Masonería era una oportunidad asociativa de convivencia de hombres liberados de los sofismas que impulsan una fe ciega e incoherente con los avances del conocimiento humano.
El Papado impuso la idea en los siglos XVIII y XIX de que la Masonería era la abjuración a los fundamentos de la doctrina religiosa católica, e impuso la excomunión a todo aquel que se reuniera en logia. Esa postulación papista aún está vigente y es renovada por cada pontífice romano, desde la primera bula antimasónicaIn Eminenti Apostolatus Specula, emitida en 1738 (21 años después de la fundación de la Gran Logia de Londres), hasta nuestros días.
Fuera de esas antojadas interpretaciones y de descalificaciones absurdas, durante los tres siglos de Masonería, ser masón ha estado estrechamente ligado a la idea de la evolución intelectual, de la evolución ética y la evolución del conocimiento. No como el factor precipitante, sino como aquel espacio de reflexión que contribuye a establecer una ética humana, que asume los cambios en el pensamiento humano, para sedimentarlos en una ética precisa y concreta, libre de dogmatismos, libre de los resabios de la cultura, y libre de los determinismos que imponen determinados intereses humanos.
La Masonería ha sido, y se caracteriza por ser la manifestación de una asociatividad de hombres libres, que se reúnen para nutrir la libertad desde un punto de vista humanista, es decir, a partir del hombre y de lo que este es capaz de construir y hacer por el bien del hombre, en tanto individuo y en tanto miembro de una comunidad, sea esta local, regional, nacional, o para la Humanidad toda.