Uno de los grandes desafíos que enfrenta el país y que deberá ser atendido en los próximos cuatro años, es realizar una pedagogía contra la corrupción desde las aulas de clase, como parte de un proceso encaminado a construir una cultura política que permita a las nuevas generaciones decidir mejor la suerte del país.
Podía considerarse que este será requisito fundamental para el fortalecimiento de la democracia, que está de capa caída — hace rato— por causa de la política ejercida de manera irresponsable.
Ninguna democracia podrá resistir el ataque permanente de la corrupción que se presenta en nuestro país. Pero mientras este propósito se concreta, tenemos que comenzar la pedagogía política en estas mismas elecciones.
Y esa pedagogía incluye un llamado a los jóvenes en edad de votar para que no le den la espalda al país y para que, en vez de decir que el voto no sirve para nada, hagan conciencia de que, si quieren mejorar las condiciones del país, deben ejercer su derecho al voto y hacerlo de manera responsable, con los ojos abiertos.
Lo que uno escucha decir a los políticos tradicionales es que no vale la pena convocar a los jóvenes, porque ellos no votan: debemos superar ese supuesto e invocar a los jóvenes para que se hagan sentir, en vez de caer en la desesperanza. Es cierto que los jóvenes de hoy tienen muchas razones para estar desilusionados, pero también es cierto que tienen una inteligencia superior y disponen de fuentes de información que les permiten decidir mejor.
La pedagogía política debe incluir, igualmente, un llamado a la ciudadanía para que vote afirmativamente, es decir, para que no se abstenga de votar y para que no acuda al voto en blanco, que no es solución para nada, o que, aún peor, termina por ayudar a la permanencia de las castas políticas de siempre, las más corruptas, las que, como sucede en el actual gobierno, tienen acceso a la mermelada distribuida por “?”. Porque miren como son las cosas con el voto en blanco:
Si el voto en blanco se hubiese impuesto en una elección para Congreso como la que se realizó el pasado 11 de marzo, la elección tendrá que ser repetida por una sola vez y con listas diferentes.
Esto significa dos cosas: La primera, que las listas de los partidos minoritarios que no hubiesen pasado el umbral no podrán presentar candidatos, lo cual significa que sólo podrían figurar —otra vez— los partidos tradicionales, los que cuentan con una clientela fija para pasar el umbral y disponen de recursos para armar las nuevas listas en un tiempo muy corto (de diez días), con lo cual la elección quedaría, una vez más, en manos de los partidos de siempre, los mismos que son responsables del caos del país.
La segunda, que los nuevos integrantes de las listas serían candidatos de “segundo orden”, por llamarlos de alguna manera, es decir, mucho menos capacitados que los anteriores para realizar, desde el Congreso, un trabajo provechoso para el país.
Imaginemos el caso de las elecciones para Presidente: Si el voto en blanco ganara en las elecciones de mayo, habría que repetir las elecciones con candidatos de segundo orden y ya podemos imaginar la clase de presidente que podríamos elegir: Alguien, en cualquier caso, menos capacitado para el cargo que los candidatos que están en juego en la actualidad.
Es muy conocido el caso ocurrido en Cartagena el 30 de octubre de 2005, donde distintos sectores de la ciudadanía (incluidos los medios de comunicación) promovieron una protesta masiva porque no estaban satisfechos con los candidatos que participaban en la contienda.
¿Cuál fue el resultado, sin embargo? Que el 78 por ciento de los votantes se abstuvieron de sufragar, el voto en blanco quedó en segundo lugar, con 40.683 votos y el señor Curi Vergara ganó con 54.583 votos. Como vemos en este caso, el voto en blanco no alcanzó a ser mayoría, pero la abstención—que es considerada otra forma de protesta—dejó la elección del candidato cuestionado en manos de la clientela que lo respaldaba, la clientela de la mermelada.
Luego, señores y señoras, abstenerse de votar o votar en blanco no es el mejor recurso y es obvio que cuando las actuales normas electorales fueron expedidas, los padres de la patria sabían que debían encontrar la forma de defender sus intereses —los de ellos, no los de los ciudadanos— y la encontraron. Por eso tiene vigencia el dicho de que “hecha la norma hecha la trampa”.
Está claro que no podemos cambiar las costumbres políticas de un momento a otro, que debemos seguir un proceso que puede tomar bastante tiempo, pero en algún momento tenemos que empezar y este es el momento ¡Debemos seguir luchando!
Es la oportunidad que los jóvenes abandonen la idea de no votar o votar en blanco, que lean las propuestas de los candidatos existentes y que voten por las mejores. Es decir, que voten de manera afirmativa, no escurriendo la responsabilidad que tienen con su familia y con el país. Y es el momento, también, de que las personas mayores, que durante años han apoyado las empresas electorales, les den la espalda a estas organizaciones y apoyen a candidatos frescos, sin antecedentes, que quieren propiciar un cambio en el país.
Esta franja de electores es muy importante hacer conciencia de la urgencia de cambiar la manera de votar, para dejar de apoyar a los distribuidores de “tamales” y falsas ilusiones que llegan a los centros de poder a mantener vivas sus empresas electorales, que son las que hoy gozan de la mermelada oficial.
Nunca es demasiado tarde para entender que la corrupción también se debe, en gran medida, a nuestra decisión de no participar en los procesos democráticos.
En psicología manejamos el concepto de la “desesperanza aprendida”, que es la condición de las personas que creen que están perdidas para siempre, que son víctimas de una situación que no pueden superar y que es mejor no intentar, siquiera, un remedo de defensa.
Como sucede actualmente en Venezuela, por ejemplo; pero este es, apenas, un sentimiento negativo que puede ser superado y que tenemos que superar en la jornada electoral: Todos a escoger los mejores candidatos y a votar por ellos con la esperanza de que podemos corregir el estado lamentable en que se encuentra Colombia.
Hay muchas opciones en estas elecciones: Lo que se necesita es buen criterio para respaldar las mejores.
Abstención no, porque es decir “no me importa la democracia”.
Voto en blanco no, porque termina favoreciendo a los sectores políticos tradicionales.
Desesperanza no, porque si actuamos desilusionados del país, lo perderemos ante quienes tienen una agenda clara para conquistarlo y todos sabemos quiénes son: El lobo feroz está al acecho y ese no es un cuento, sino una realidad preocupante.
La abstención masiva o el voto en blanco, favorecería a los candidatos del lobo feroz, que tienen su clientela asegurada.
Construir una cultura política que nos permita mejorar la situación integral del país, empezando en las elecciones de este año.
Leamos las propuestas de los candidatos, abandonemos la desesperanza, pensemos que es posible cambiar la política y votemos afirmativamente.
Por: Laura María Jaimes Muñoz
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