Érase una vez en un alejado país un pobre gobernante que era casi un “Santo” pero en el que como en todo no faltaban los molestos tiranos. Comienza esta historia hace unos años cuando en 2010 dejó el poder, el único que se recuerde por su ecuanimidad con su pueblo. En este cuento el rey se llamará Juan Manuel y los tiranos se denominarán los camioneros.
Se quejaban por todo. No querían pagar el precio de la gasolina ni del Acpm al precio que lo fijaba el rey. Se quejaban comparándose con países europeos, americanos y hasta tenían la osadía de compararse con comarcas vecinas como Perú, Ecuador y Venezuela y decían disque ellos pagaban el más caro del mundo. No valoraban que el fisco necesitaba recaudar dinero para pagar pautas sobre la paz y que así ya no les quemaran los vehículos en las vías o no los asesinaran junto a su camioncito.
Argumentaban que por ser un país productor de crudo la mera refinación no podía incrementar costos como los que pagaban los países en los que no se producía. El pobre rey insistía en que deberían dejar de quejarse, incluso un vicegobernador los llamaba chantajistas, por igualarse a opinar del tema del transporte, en el que ellos apenas sabían de manejar.
Como el Gobierno invertía el dinero en producción de “Mermeladas y Almendras” frutos que se convirtieron desde 2010 en el 80 % del PIB no quedaba para hacer nuevas carreteras, los peores camioneros del mundo no entendían que debían hacer esas vías los ricos que financiaban al rey y por lo mismo cobrar peajes para recuperar esa platica. Desconsiderados, ni siquiera valoraron que vendía hasta las hidroeléctricas para comprar unos bultos de cemento y hacer metricos de asfalto.
Tiranos peleaban porque el precio de los combustibles bajara 30 pesos a inicios de mes pero subiera 300 al final del mismo. Al rey se le respeta, como se les ocurría decir que en la aldea vecina de Quito se pagaban 4 galones con el mismo dinero que a ellos solo les alcanzaba para uno. Le pedían seguridad y más fuerza pública. No se sentían seguros al viajar porque supuestamente los robaban, secuestraban, pintaban o quemaban los buses, los peores camioneros del mundo debían soportar un poco más, hasta que llegara el preciado Nobel de Paz.
El rey había gastado lo que tenía para chatarrizar sus vehículos en asuntos de última hora. Movilizar a unos negociadores por todo el país y a una isla cercana, llevarlos escoltados y con buen hotel y buena comida era costoso. Y les dolía mucho pues, que nuevamente les fueran a cobrar una ínfima suma, más o menos unos 2 mil millones de pesos por asociación. Esos manes camioneros unos los ve con unos fajos de dinero que ni les caben en los bolsillos, no ve como están de gordos, refutaba el rey a sus consejeros.
No agradecían los camioneros las vías coloniales que el Gobierno les ponía para que se distrajeran al iniciar sus largos recorridos. Pedían autopistas o por lo menos vías de dos o tres carriles. Los peores camioneros del mundo porque se quejaban de daños en los vehículos, demoras o bloqueos porque con un solo camión que se varara ya quedaba tapada la colonial vía, en cambio de ponerse a disfrutar ayudando a su compañero a desvararse y admirar el paisaje.
No existen más registros de lo que pasó en aquella provincia pues los últimos registros decían que hubo un momento en que se revelaron al rey. Se les acusaba de ser seguidores del antiguo gobernante y que por esa razón eran tan malos. Quizás hayan logrado derrocar a ese gobierno, pero eso sí nadie les quitó ni siquiera “El Tiempo” el mote de ser los peores camioneros del mundo, por pedir tanto y por no tomarse las cosas tan a pecho.
Columna de Manuel Mateus L, Politólogo U. Rosario – Victory Awards 2015