En los pasillos de la administración pública, la palabra “burócrata” se ha convertido en sinónimo de lentitud e indiferencia. *Pero detrás de esta fachada de apatía, se esconde una realidad más trágica:* la de un funcionario público que ha perdido la fe en su labor. *No es una renuncia formal, con cartas y comunicados, sino una dimisión silenciosa, motivada por la decepción y la ausencia de un liderazgo inspirador algo que se ve en estos días en alguna u otra alcaldía* .
*La burocracia, en su esencia, no es un mal*. El poder que reside en el escritorio, en el trabajo metódico y a menudo invisible, es lo que permite que una nación funcione. Sin embargo, este poder se ha corrompido. *Los que están en la base de la pirámide, los que atienden al ciudadano de a pie, no son los culpables de la ineficiencia*. Son víctimas de un sistema que los ahoga, de superiores que no lideran, que no inspiran y que han olvidado el verdadero sentido del servicio público.
*La crisis de la confianza*
Vivimos en una sociedad donde la desconfianza es la norma. No creemos en nuestras instituciones, y mucho menos en quienes las representan. *En este contexto, la burocracia se ha transformado en un laberinto de trámites y negativas, un muro que nos separa de la atención que merecemos. El funcionario que vive del sueldo pagado por nuestros impuestos parece haber olvidado su juramento de servicio al pueblo*.
Y mientras el pueblo hace filas interminables, el burócrata se desvanece, agotado y sin motivación. La herida es profunda. *Si el poder del pueblo se ejerce desde un escritorio, es hora de que esos escritorios se levanten y se vuelvan a conectar con la gente que los sostiene.* El verdadero liderazgo no está en un título, sino en la capacidad de reavivar esa vocación de servicio. *La renuncia silenciosa de nuestros funcionarios es una advertencia que no podemos ignorar y mas en estos dias que con un guiño obligan a votar por aquellos que realmente llegaran a enriquecerse olvidando lo que necesita el pueblo en nuestras regiones*.
