Este es el nuevo estilo con el que se maneja a la opinión pública y que está produciendo mucho daño en términos de credibilidad, seguridad y confianza en la política y sus líderes.
Nos acostumbramos a ese juego irresponsable de palabras en el que cuenta más su impacto que su veracidad. Los líderes ya no se esfuerzan por el ejercicio sesudo de las ideas sino por colocar el dedo en las llagas de la sociedad, buscar culpables y disfrazar realidades, así en el fondo se sepa que no son más que irresponsables especulaciones.
Por eso no terminamos de preguntarnos qué pasó con los responsables de tal escándalo, en que concluyó tal proceso o cual fue la sanción para tales personajes encartados. Nunca pasa nada porque en este juego maquiavélico de maliciosas palabras, verdades a medias o mentiras completas, termina untado cualquiera y a partir de ahí le toca cargar con su imagen maltrecha y el estigma del señalamiento, así su conciencia este impecable.
Como se volvió tan rentable en términos de difusión mediática este estilo de raponeo de imagen, los líderes a todos los niveles se están volviendo expertos en la dosificación de sus agravios y en la magnitud de sus despropósitos, con el increíble ropaje de la dignidad, la valentía y la transparencia. Que comedia tan espantosa la que nos está tocando vivir en este glorioso siglo de la modernidad, las libertades y la universalidad.
Los escándalos criollos son menos pintorescos que los de las potencias y por eso nuestros caudillos están lejos de parecerse en su estilo a Trump, pero eso sí, son peor de mortíferas sus especies y letales los alcances de sus envestidas.
Aquí la corrupción, los sobornos, irresponsabilidades, negligencias, desgobiernos y otro listado de males están a la orden del día y se convirtieron en la noticia permanente. El desfile de encartados es deslumbrante y está tocando a todos los encumbrados sectores. Por lo menos ya no importa mucho el pobre que se robó una chocolatina y lo mandaron acuciosos jueces a la cárcel, frente a los grandes sobornos en cortes, ministerios, entidades oficiales, departamentos, municipios y en general, de la casi totalidad de las entidades públicas. El turno ahora es para los grandes personajes y está muy bien que caigan y paguen sus delitos, oficio que siempre le tocaba al hermano pueblo.
Que nuestros Organismos de Control y Vigilancia se conviertan en cruzados de la moralidad y la justicia es su misión constitucional y legal y no tenemos por qué estar sobre agradecidos si cumplen con su deber. Lo temible de esta historia, es la facilidad con que también ahora se acusa, endilga y enloda a cualquiera. Este es el extremo escabroso de la justicia mediática, en la que los fallos casi que pierden valor porque los sustituyen el escarnio público y la degradación total de los personajes.
Nuestros líderes ya no se toman el trabajo de llegar hasta la Fiscalía para formular sus denuncios, sino que lo hacen a través de Twitter, utilizando las redes sociales, en los Por esta razón, nuestra escala de valores se está convirtiendo un escaparate para los avivatos. Fulano de tal roba, lo descubren y recurre a la negociación para untar a medio mundo, lograr la reducción de sus penas y atomizar las verdades en un habilidoso juego de palabras y estrategias. Al final nada importante queda porque ni caen los que son ni se recupera la plática.
A los líderes no los estamos calificando por el peso específico de sus ideas, sino por la astucia de sus asesores de imagen, quienes colocan en sus labios cualquier malintencionado dardo, el cual untado de pólvora y luego de la explosión se convierte en aterradora bomba.
Los partidos políticos cayeron en desuso porque no están en juego sus plataformas ideológicas ni programáticas, sino la agilidad y velocidad de sus espadachines, a quienes hace muchísimo dejaron de importarles las palabras pensadas y ajustadas a la razón ideológica, para darle paso a las amenazas y chantajes.
Es tan grande la superficialidad en la que estamos cayendo, que al Papa Francisco ha sido a uno de los pocos líderes a quien se le escucharon los discursos, pero la verdad, pesaron más en el imaginario popular las frases fuera de contexto que resaltaron los medios, los abrazos, gestos de cariño y sonrisas. Con toda seguridad todo el mundo recuerda su ojo amoratado en Cartagena y no el discurso exaltando la labor social y caritativa de Pedro Claver.
Mucha gente odia al Presidente por miedo a la guerrilla, pero en esencia no saben ni que dice Santos ni que dicen estos nuevos políticos. Todo se reduce al terror de pensar en que vamos a ser otra Venezuela, pero nadie acuña una sola idea para contrarrestar el impacto de esta nueva ola ideológica y política. Pareciera que es más sencillo revivir el odio que avivar las ideas y controvertir a los adversarios.
Nadie cree que puede ganar con la cédula y por eso muchos prefieren por plata, favores u odios llegar a las urnas.
Detesto entrar en este juego absurdo de la polarización y tener que ser de derecha o de izquierda porque toca alinearse a la cola de los más gritones o chantajistas. No acepto que a nuestra inteligencia la sustituya el miedo. No tolero que una vida de reflexiones políticas serias, se reduzca ahora a buscar un superhéroe que nos salve de los feroces invasores.
Debates de las corporaciones o sencillamente frente a cualquier medio de comunicación que no tiene como frenar esta cascada de improperios.
Nos toca volver a la primaria de la política y entender que se vota con la cedula, pero usando la cabeza y la conciencia y no el estómago. Elegir para sentir orgullo y no para tener tema para despotricar en los cocteles y reuniones. Finalmente, entender que, si no cambiamos nosotros mismos, nos tocara vivir este nuevo siglo en cuerpo ajeno.